Desde la Antigüedad clásica existió la preocupación por conseguir que la educación tuviera una carácter integral. Formar al individuo no sólo para la técnica, formarlo también como ser humano, como miembro de la sociedad, como digno ciudadano de su polis. Y para ello, la música, ya desde entonces, tuvo un papel primordial.

Ya en tiempos homéricos, las Musas -hijas de Zeus- inspiraban y moderaban el carácter de los poetas por medio de su arte. Es decir, la música educaba, daba forma al carácter de las gentes. De ahí nace el término «mousiké» o arte de las Musas.

En el período clásico, donde la política actuaba con una dedicación casi exclusiva al servicio de la educación del ciudadano, se buscaba el refuerzo de una conciencia social con valores que fomentasen las virtudes de fortaleza, templanza, equilibrio, orden, valiéndose de la música.

Filósofos como Damon o Platón presentan la idea de que la música no sólo puede influir decisivamente en la conducta de una persona, sino corregir sus vicios, y por ello establecen unas pautas educativas en las que esta disciplina junto con la gimnasia se complementan por etapas en el aprendizaje; todo ello para lograr una correcta promoción del individuo en la sociedad.

Así, en su tratado «Las leyes», Platón afirma que la educación musical es una disciplina indispensable para la consecución de un Estado ideal. Aristóteles se refiere a la música como «arte liberal y noble» necesaria para la formación de los jóvenes, porque desarrolla el plano mental y afectivo de la persona.

En la Alta Edad Media, en pleno auge del cristianismo, el Papa Gregorio Magno es consciente de que con la nueva liturgia unificada la música es un vehículo primordial para reforzar el hecho religioso y constituye la primera escuela conocida en Occidente: la Schola Cantorum, o centro formativo donde se enseñan música y teología ya desde edades tempranas.

En el ámbito de los estudios superiores se establece el «Quadrivium», o disciplinas de orden científico. Junto con la aritmética, geometría y astronomía, la música ocupa una posición privilegiada, precisamente por su dimensión ética.

En el Renacimiento, las capillas musicales catedralicias impulsan una formación globalizada en artes, filosofía e historia donde la música se ve fundamental para el desarrollo y refuerzo de las habilidades mentales.

Y es sólo entrada la Edad Moderna, es a partir de la aparición de las primeras academias en Bolonia, Manheim, París, desde finales del XVII, cuando la formación musical se especializa en el desarrollo de unas destrezas en torno a un instrumento, que, luego, con la aparición de los conservatorios, se convertirán en centros elitistas donde el nivel competencial entre los alumnos se manifestará de forma creciente.

Poco a poco, el concepto de educación musical para la personalidad va cediendo paso al de enseñanza musical (especializándose más en la propia técnica musical).

En España, desde el siglo XIX, la música desaparece como disciplina universitaria y en la segunda mitad de siglo se aparta también del ámbito escolar con la conocida «ley Moyano». Quizás entonces nos encontremos en el momento más «negro» de nuestra historia, coincidiendo curiosamente con la escasa «inspiración política» de nuestros gobernantes en ese período en muchos asuntos.

Por el contrario, en el resto de Europa, con la aparición de las nuevas pedagogías en el siglo XX vuelve a aparecer en escena el ideal clásico de educación musical. En primer lugar, se afirma que la misión de un profesor no es crear músicos, sino desarrollar los ámbitos de la personalidad del individuo en su dimensión cognitiva (razonamiento matemático y verbal), afectiva (despertar la sensibilidad por el hecho artístico y mejorar la autoestima), social (por las actividades que fomenta el grupo) y motriz (interiorización del ritmo y el movimiento). Si tenemos en cuenta esta posición, la música es también un medio muy poderoso para interrelacionar contenidos con otras áreas de conocimiento (historia, lengua, matemáticas, educación física, plástica...) y favorecer la enseñanza globalizada.

En nuestro país ninguna de las reformas educativas consideró la música como un área importante hasta la aparición de la LOGSE, donde la presencia de la educación musical en el currículo en los dos ciclos de la ESO parecía un intento de acercamiento al nivel educativo europeo en esta materia. Incluso la nueva generación de especialistas docentes, formados y educados contemplando las nuevas pedagogías de los Dalcroze, Orff, Kodaly, Willens... encontramos una cabida y un apoyo institucional para poder transformar la sociedad inculcando valores importantísimos en los alumnos. Comprendimos que por medio de la música despertamos principios pedagógicos tan importantes como el fomento de la creatividad (al igual que otras áreas como la plástica o la tecnología) por medio de la interpretación vocal e instrumental; de la actividad para llevar todo fundamento teórico a la práctica, para vivir este arte con intensidad; de la participación, fomentando valores de socialización en grupo y, cómo no, el aspecto lúdico, de entusiasmo y disfrute que pueden experimentar los educandos.

Sin embargo, en la actualidad, la música (junto con la plástica y la tecnología) vuelve a ser considerada por los poderes públicos como un área prescindible, que apenas funciona como un ornamento optativo en el currículo, sea por un desconocimiento de su potencial educativo o por el engaño que despierta gran parte los medios de comunicación de masas, que nos ofrecen una imagen «pop» de consumo, hedonista, ramplona, demasiado fácil para un desarrollo intelectual óptimo, donde la música tiene una función placentera, en ningún caso como un elemento serio para ser considerada en otro plano.

La conciencia social de los políticos, reflejo de la nuestra, no está lo suficientemente preparada para valorar el hecho musical y, sin embargo, seguiremos achacando el fracaso escolar de nuestros alumnos por un supuesto mal planteamiento y organización de las asignaturas en el currículo, cuando habría que reflexionar muy seriamente si dicho fracaso no estará producido por los nuevos «valores» hartamente canalizados por los medios de comunicación (TV sobre todo) que inculcamos todos en esta sociedad consumista.

Fernando Allen Fraga es profesor de instituto de Educación Musical.