Si cada uno de nosotros, al margen de nuestra condición, muy simples unos, demasiado alambicados otros, explorásemos un poco más nuestra capacidad de observación, lo pasaríamos pipa.

Digo esto y sin embargo me sitúan en el grupo de los despistados, bueno, eso los de fuera, los de casa, directamente, me encuadran entre los desmemoriados.

El caso es que cada uno de ellos, tiene razón, nunca recuerdo donde dejo aparcado el coche, lo que comí el día antes o los calzoncillos que llevo. Hubo quien me dijo, hace tiempo, que tenía que hacérmelo mirar, prometo que será un día de estos, entretanto, llevo conmigo innumerables notas en papeles pequeños que, algunas veces, son motivo de discusión al amontonarlos por los rincones de la habitación.

Nombres, fechas, correos, notas, un maremagnun amontonado que alguien se encarga de aligerar de vez en cuando, lo que para mi significa una pequeña tragedia, la cual intento resolver acudiendo a un esfuerzo mental que resulta de todo punto inútil. Será por ello que me fijo más que los demás en las personas que, como yo, coordinan mal sus recuerdos con sus quehaceres.

Afortunadamente mi desconexión no ha llegado a la instantaneidad, pero conozco a muchos hombres y solo algunas mujeres, no sé la razón de dicha proporcionalidad, que su cuerpo y su mente no van en fase, vamos, que no funcionan al mismo tiempo, sin tener, naturalmente, nada que ver con la locura ni con la pérdida de percepción de la realidad.

El caso es que siendo amigo, o al menos conocido de uno de ellos, me resultaba agobiante entenderlo, bueno, la verdad es que más antes que ahora, puesto que he desarrollado una traducción mental automática, que me permite mantener una conversación con él que los demás no entienden.

Lo cierto es que desarrollé esa facultad a base de años de entrenamiento, y fue con una persona cuya mente iba mucho más deprisa que su cuerpo, más concretamente que sus cuerdas vocales, así, cuando hablaba, avanzaba tan rápido que sus palabras más que amontonadas quedaban comprimidas, incompletas, ejemplo: «est juga ye un fenó pero no aca de acopla al equi». Con lo que quería decir se entiende que el fútbol es una de sus debilidades. En términos normales se tardaría unos diez o doce segundos, pero el me lo decía en dos o tres, y como no estuviese atento perdía el relato, y así fui desarrollando, poco a poco, la capacidad para entenderlo.

Este aprendizaje me sirvió con otra persona, a la que conocía, pero con la que nunca había hablado, cuyo caso era a la inversa, su cuerpo iba siempre por delante de su mente, así, después de estar hablando unos minutos con él en el pub, me fijo que su mente está entrando por la puerta, el caso es que cuando ésta se acerca hasta donde estoy, su cuerpo ya está haciendo aguas menores en el baño, ejemplo: «el ot dí los call que me pusi no se podí co», sobra decir cual es su debilidad culinaria, el caso es que escucharle fue una sorpresa para mí, puesto que el aprendizaje que había tenido con el primero me había servido con éste último, resultando la traducción automática y fue, como si después de muchos años de estar aprendiendo chino, de repente te das cuenta que también hablas japonés.

Pero he aquí, que todo ello me ha servido para escuchar entre las palabras y entre los silencios. Ahora ya lo puedo confesar, a riesgo que no me vayan a creer, que yo ya sabía que Esperanza Aguirre trataba a algunos de sus compañeros de partido de hijos de puta, pero no lo podía decir.

La angustia en la que vivo ahora es que sé cosas de muchas personas pero me faltan pruebas para corroborarlo. Esto, me ha llevado a preguntar a expertos en informática si alguna vez desarrollarán un chip que grabe lo que escucho, y me han contestado que no, con lo que ando un poco desilusionado, ¡con lo que tengo que contar!

De cualquier forma y conste que sin decir nombres, por lo de la querellas digo, escuché a un cura, mientras leía una epístola a los corintios, relamerse por un mozalbete que estaba sentado en el segundo banco, permitan que no reproduzca literalmente sus pensamientos, por lo de la decencia saben, u otro, que mientras criticaba sueldos de alcaldes, se lamentaba porque la suma semanal del cepillo no le llegaba para sus gastillos inconfesables, u otro más, que al tiempo que escribía sobre cabalgatas, se lamentaba de no poder repartir más hostias entre los parroquianos, pero bueno para que todo no sea clero, hace solo unos días oí a cierto ex-presidente, consientan que no diga su nombre, por lo de la vergüenza ajena digo, en fin, que le oí, al tiempo que pronunciaba su discurso, como les decía a los estudiantes que le increpaban, que por cierto, con tres o cuatro palabras le hicieron un perfil cuasi perfecto de su abdominal figura, que os den por..., ay si no fuera por este pudor mío, y acabo, el otro día hablando en la calle con un activo militante de determinado partido político, y mientras me confesaba que no era racista, pude escuchar el asco que le producían los gitanos y los rumanos y, curiosamente, también percibí un olor fétido tirando a xenófobo que me preocupó, no por corroborar lo que ya sospechaba, si no porque tengo miedo de que llegue a pasar lo mismo con los olores.

Un amigo me ha dicho que monte un show de mago adivinador, pero siempre he sido muy torpe a la hora de hacer desaparecer las palomas y solo adivinando no sé yo? y lo del olor lo tengo aún sin desarrollar. El caso es que un día escuché cosas que no quería, ni debía, sobre ciertas fotografías, otro día me extenderé más, y decidí ir a un especialista que me recomendaron con ánimo de curarme y volver al estado de normalidad, es decir, a oír lo justo, pero cuando me hablaba de las soluciones, le escuché que solo pensaba en los cien euros que le tenía que pagar y que con ellos llenaría el depósito del Audi nuevo para llevar a la familia a Segovia, así que abandoné.

El martes pasado tome una decisión drástica, compré unos tapones para los oídos y parecía que funcionaban bien, pero al salir de la farmacia casi me atropella un autobús municipal al que no oí tocar el claxon, con lo que no sé que será de mi vida, la verdad es que ando muy preocupado. Ya les contaré.