La localidad allerana de Soto despidió ayer al misionero de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús, José Díaz Díaz conocido cariñosamente como padre Pin. El allerano falleció el lunes en la residencia de la Orden en Valladolid, destinada a los misioneros de edad avanzada. El padre Pin pasó cuarenta y cuatro años en Nueva Guinea, en los poblados de mekeos. Su extensa labor en la educación y el cuidado del pueblo guineano llamó la atención de la reina Isabel II del Reino Unido, que le concedió el título de Miembro del Imperio Británico.

Un centenar de personas se reunieron ayer en la iglesia de San Martín de Soto para dar el último adiós al padre Pin. Estuvieron presentes familiares y amigos, también el Superior Provincial de la Orden, Wilfredo Arribas, y una amplia representación de los párrocos alleranos. El funeral se ofició en una fecha muy señalada para el misionero, que había sido ordenado el 5 de enero de 1947. Sus inicios entre los mekeos no fueron fáciles ya que, cuando llegó a Nueva Guinea, se encontró con un pueblo que practicaba el canibalismo, desconocía la escritura y estaba atormentado por los espíritus malignos.

El padre Pin se enfrentó con valentía al reto. El respeto por la cultura indígena fue su bandera. El religioso allerano fundó hospitales para procurar atención y buscar la curación de las plagas y epidemias que amenazaban a los mekeos. Obtuvo ayuda del gobierno de Reino Unido, propietario colonial de la isla. Así consiguió medicamentos y mejorar el acceso a la cultura.

El padre Pin no sólo recibió reconocimientos entre la realeza. También consiguió que muchos jóvenes abrazaran el catolicismo y, en la actualidad, cuenta con un obispo surgido de sus enseñanzas. Él mismo fue propuesto por la orden de misioneros del Sagrado Corazón para ocupar el cargo, una distinción que rechazó con humildad.

Logró el cariño y la admiración de los Mekeos. Llegaron a distinguirlo con el cargo de jefe de la tribu, algo muy poco usual entre los aborígenes. El padre Pin guardó como oro en paño el collar de dientes de perro que le entregaron. Tuvo que despedirse de Nueva Guinea hace unos años, cuando la edad y las enfermedades empezaron a hacer mella en una salud que había sido de hierro. Lo despidieron entre lágrimas.

El misionero se instaló en Valladolid y actuó como auxiliar en parroquias, asilos y hospitales hasta que el paso del tiempo gastó todas sus fuerzas. Ayer volvió a su Soto natal, una localidad que siempre tuvo presente durante sus años de misiones. Siempre reservaba unos días al final del verano para sacar en procesión y rezar a la Virgen de Miravalles, cada 8 de septiembre.