Esto que algunos eufemísticamente denominan desaceleración, otros crisis y nosotros conocemos con la expresión «ta fastidiáu el asuntu de la perra» llama a todas las puertas y también a las de la Pola.

Los dos grandes pilares económicos de nuestra villa son el sector inmobiliario y el comercial-hostelero. Del ladrillo apenas hace falta decir nada, pues salta a la vista. Sí convendría reflexionar sobre nuestra posición comercial y su diseño para el futuro. De entrada, la crisis global ya repercute en el consumo. Además, nuestros clientes no son sólo los vecinos, son sierenses del entorno que se desplazan a la Pola para hacer un gasto, generalmente voluminoso y con periodicidad al menos semanal, utilizando casi siempre el transporte propio. La subida de los combustibles, su consumo excesivo buscando aparcamiento, la incomodidad y el estrés terminarán haciendo que los clientes se planteen sus hábitos y, alguna vez, descubrirán que un poco más allá, por la autovía, llegan a un sitio donde está todo lo que buscan. A los profesionales del comercio y la hostelería esto les parecerá horrible, pero habrá quien no lo considere malo. La pobreza de los demás es manjar para los necios.

Y como los desmantelamientos empiezan por pequeños detalles que afectan a pocos, sin apenas capacidad de maniobra, lo de que se acabe la venta los martes bajo los aleros de la plaza cubierta puede ser el primer movimiento. No debe olvidarse que lo recaudado por los vendedores es, casi de inmediato, reinvertido en nuestro comercio local. ¿Existe solución para esto? Seguro que cada lector tiene en su cabeza una, salvo si el lector es quien debe darla.

Si no hay un diseño pensando en nuestra tradición comercial, si no se hace cómoda la posibilidad de aparcamiento, si no se intenta diseñar una ciudad agradable, toda la profesionalidad de los comerciantes se ahogará en el océano del caos vial.

Pero habrá quien nos cuente que nuestra Pola ha mejorado, porque hay menos tráfico, menos ruido, hemos reducido los niveles de contaminación, cumplimos los acuerdos de Kioto y todas las ocurrencias que disfracen la incapacidad para pensar en el futuro. Desde luego, seguro que los comerciantes y hosteleros notarán la solidaridad de los vecinos con la misma calidez que la están notando ahora los empleados municipales.

Pero como el futuro es impredecible, tampoco hay que preocuparse. Ya lo arreglará alguien, y si no? vamos a vivir a Noreña. ¡Nun vos paez!