Nava,

Mariola MENÉNDEZ

Las parroquias navetas de la Puente Arriba eran conocidas en el siglo pasado por su tradición en la elaboración de angazos (denominados en Nava ingazos, para referirse al rastrillo de madera de mango largo que se usa para recoger el heno). El cronista oficial de Nava, Leocadio Redondo Espina, señala que no existe documentación que explique a qué podía deberse la concentración de «ingaceros» en pueblos como Piloñeta, Ovín, Gradátila, La Curtia, Basoreu, Cezosu o Pandu, sólo se puede hablar de «hipótesis razonables». Agrega que «puede deberse a que esa zona era más arbolada», lo que permitía disponer de mayor materia prima. También pudo haber un motivo de tradición porque los padres transmitían el oficio a los hijos, apunta Redondo.

Hoy son pocos los artesanos que aún continúan elaborando ingazos. César Montes Pandiella, vecino de Piloñeta, representa, con 73 años, esta tradición que tiene todos los visos de extinguirse porque «la gente joven no sabe ni quiere aprender, prefieren comprarlos. También antes había menos dinero...», argumenta uno de los últimos «ingaceros» de Nava.

Este oficio tradicional está afectado por la falta de continuidad generacional, pero el declive de la actividad agraria y la dura competencia con los ingazos de goma (más ligeros) constituyen otras duras batallas. A ello se suma la mecanización de las tareas agrícolas, que ha supuesto un descenso en el uso de este apero de labranza.

Atrás quedaron los momentos de apogeo del sector hace unos cuarenta años, cuando César Montes recuerda que «iban tres camiones de Nava a la feria de San Antonio», en Gijón. Entonces, este artesano podía llegar a vender «unos 400 ingazos al año», pese a que se trataba de una actividad extra que ayudaba a la economía familiar y que compaginaba con su trabajo en el campo. Ahora se ha convertido más en un entretenimiento y los aperos que realiza son para uso propio y para regalar. «Da pena que se pierdan las cosas antiguas porque se usaron toda la vida», cuenta con tristeza.

César Montes lleva realizando ingazos «desde que era un chaval» y recuerda que su maestro fue Antón Robledo. Reconoce que a él también le hubiera gustado legar este oficio ancestral. Para elaborar un ingazu emplea alrededor de hora y media y utiliza madera de fresno para la calabaza (cabeza); de fresno, roble o avellano para los dientes y de avellano para el mango. Su precio ronda los diez euros. Perder una tradición no tiene precio.