A Vittorio de Sica se le recuerda sobre todo por «El ladrón de bicicletas», pero entre todas sus películas mi preferida es «Umberto D», que muestra las peripecias de un anciano jubilado al que la pensión no le da para vivir en la Italia de posguerra. Hay una escena que siempre recuerdo con especial cariño: el anciano, Umberto Domenico Ferrari, cuela a su perro, «Flick», en un comedor social y comparte con él un plato de sopa. Supongo que los que no tengan perro no entenderán la complicidad que se puede llegar a tener con el animal. Mi perro se llama «Bowie», como el cantante. Es amigo de niños y borrachos. Le gusta jugar a la pelota, perseguir a las palomas por el parque y el roce de la hierba en la barriga. Hace unos días, mi madre se cayó mientras colocaba unas cortinas. Cuando «Bowie» y yo llegamos a su casa, la encontramos sentada en el sofá, con la pierna en alto y un chichón en la cabeza. Nada más verla, el perro saltó al respaldo del sofá y empezó a llorar y a lamerle la frente. Y luego son ellos los «hijos de perra».