No hay balada más bella que la corriente de un río ni paraje más grandioso que las hoces de un desfiladero. Efluvios azules y verdes con los alisos y los álamos riendo en sus orillas. Las truchas de pintas rojas, los salmones, las nutrias, los mirlos de pechuga blanca y el vuelo apacible de las garzas. Pero desde siempre fue el río un lugar de desgracias y en esta ocasión no fueron las alas de las aves, sino el inocente planeo de un aeroplano de juguete que, perdiendo el rumbo, se fue a estrellar contra unas ramas. Ni Diego ni Toni podían imaginar que la recuperación de un minúsculo avión les iba a costar la vida. De nada sirvieron la cuerda, ni las brazadas, ni las voces desesperadas de la mujer pidiendo auxilio. Padre río, padre bello, padre cruel y traicionero. Una vez más, el río, que va a morir a la mar, se llevó consigo el aliento de los dos amigos para siempre. Saqué una vez a un ahogado de las aguas y me entró tal tristeza que me puse a llorar amargamente. La primavera se ha marchitado en Udrión y las aguas del Nalón vuelven a bajar negras en señal de luto.