Don fray Jesús, ¡póngase a temblar, tiemble!, porque no será invitado a saborear las riquísimas sardinas del Festival de Candás, por solemne acuerdo de los dignísimos representantes del pueblo en el excelentísimo e ilustrísimo Ayuntamiento de Carreño, mientras no se arrepienta y pida perdón públicamente por haberse solidarizado y mostrado su apoyo a las manifestaciones de un colega suyo en una homilía, que probablemente no ha escuchado ninguno de sus recusadores, que tampoco han leído el texto completo de lo que usted dijo.

Esta salida de los dignísimos ediles del excelentísimo Ayuntamiento de Carreño me hizo recordar que en la primavera de 1958, siendo yo un joven e inexperto coadjutor en Somió, se recibió en la parroquia una carta del alcalde franquista de Gijón, Cecilio Oliver Sobera, general retirado, quejándose de que se tañían excesivamente y a hora intempestiva las campanas de la iglesia de San Julián de Somió, según le habían manifestado varios vecinos de la parroquia. En ausencia del párroco, le contesté la siguiente misiva, de la que guardo copia: «Acuso recibo de su carta y paso a manifestarle que las campanas de la iglesia de Somió suenan media hora antes de cada acto religioso, y un domingo al mes un feligrés espera desde las cinco y media, en que termina la misa de los adoradores nocturnos, hasta las seis y media, para dar un repique de campanas, "a las que hace hablar", según opinión generalizada del pueblo. Sinceramente, creo que el único que protesta es un vecino cercano a la iglesia, amigo suyo, pero eso no le autoriza a erigirse en portavoz de los demás vecinos. Por lo demás, me parece que el Ayuntamiento de Gijón debe de tener problemas más graves que el de las campanas de Somió, que deberían ocupar su atención».

A estos ediles tan «ociosos» del excelentísimo Ayuntamiento de Carreño me permito sugerirles que creen una comisión de investigación para esclarecer quién mató al presidente estadounidense Kennedy o si Napoleón murió envenenado y, mucho mejor todavía, para encontrar un camino para salir de la crisis económica en la que nos encontramos envueltos. Seríamos cientos de millones de ciudadanos de Europa y del mundo entero los que les quedaríamos eternamente agradecidos.

Lo que me ha llamado la atención es que en el coro de voces que -según escribe el corresponsal de La Nueva España del 2 de junio- respalda la actuación de los dignísimos representantes del pueblo en ese excelentísimo Ayuntamiento sólo hay dos discordantes: la de Juanita Expósito, que cree que el Ayuntamiento «debería aprobar asuntos de más calado y más importantes, con la que está cayendo», y la de Francisco Javier Guijo, que sostiene que el Consistorio «debería centrar su trabajo en otros asuntos».

Por muy fuerte e influyente que sea el «lobby» homosexual, no creo que llegue hasta el punto de que la mayoría de ciudadanos de Carreño -que supongo que serán heterosexuales- se sientan «extraños» y «diferentes» hasta el punto de comulgar con ruedas de molino. Lo que pasa es que muchos «padres de la patria chica» parecen estar contagiados de un anticlericalismo visceral decimonónico, que aprovechan el más mínimo resquicio para atacar a la Iglesia, «aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid».

Por todo ello, y con lo que está cayendo, me atrevo a calificar esa toma de postura de los dignísimos y ociosos representantes del pueblo en el excelentísimo Ayuntamiento de Carreño con una palabra muy gráfica que tenemos en el bable: ¡una solemne «babayá»!