La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Fragua de museo en Tuernes

La quinta generación de una estirpe de herreros, que ha abandonado el oficio, restaura la instalación familiar, convertida en testigo de los viejos tiempos

Herramientas listas para usar. El yunque y los porrones, los mazos con que se golpea el metal. MANUEL NOVAL MORO

La fragua ha formado parte inseparable de la vida de José y Azucena Martínez Álvarez, dos hermanos de la localidad de Tuernes, en Llanera, y si bien ninguno de ellos se dedica ya a esta actividad, han decidido que este oficio que les ha dejado una profunda huella no quede en el olvido.

De haber seguido con la fragua, ellos habrían sido la quinta generación de herreros de su familia. Pero no fue así. Su padre, José Martínez, fue el último herrero, y con su muerte la fragua se quedó sin actividad. Tras varios años de abandono de las instalaciones, un buen día los hermanos decidieron hacer algo con este legado.

La fragua estaba bien conservada, salvo el fuelle, atacado por la humedad debido a las goteras que habían invadido el lugar, y en su haber tenían numerosas herramientas que su padre había utilizado durante años.

Y aunque la forja era lo más significativo, también se elaboraban madreñas y había instrumentos de un lagar de sidra que también tuvo la casa familiar.

Tienen constancia documental de la existencia de la fragua desde 1825, si bien creen que su existencia se remonta a bastantes más años atrás.

Las curiosas vicisitudes de sus antecesores propiciaron, además, que tuvieran más información sobre lo que había y no en la casa de la que es habitual. "Tres hombres de la familia se quedaron viudos y se volvieron a casar; entonces, como había que dejar constancia de todo lo que había para las herencias, hay muchísimo material registrado con documentos notariales", explica José Martínez.

Entre los enseres inventariados hay una mesa de castaño de 1865 que todavía conservan, y que cuando se pusieron a limpiarla para su restauración tenía una capa de grasa y polvo de varios centímetros que la hacía casi irreconocible.

Azucena Martínez fue la que se encargó de la restauración. Su idea fue mantenerlo todo tal como estaba. "Cambiamos el techo y el suelo y todo está más nuevo, pero la situación de la fragua es exactamente la misma que cuando se trabajaba en ella", explicó. Ahora, un herrero podría trabajar en ella con todas las garantías, porque funciona perfectamente. Aunque los hermanos prefieren que quede como testimonio etnográfico. Ellos no están por la labor de trabajar.

"Estuvimos muchos años trabajando aquí, ayudando a mi padre mientras los otros niños jugaban por ahí; para nosotros la fragua era casi como un castigo", dice José Martínez.

El caso es que ahora han acumulado numeroso material que se usó o se realizó en la fragua. "Todo lo que hay aquí o fueron herramientas que usó mi padre o instrumentos que sabemos que había usado y desaparecieron, y que nos cedieron otras personas", asegura. Es la fragua auténtica, renovada y puesta al día como un museo etnográfico familiar y viviente.

Su intención no es abrirlo al público permanentemente, pero sí están encantados de enseñarlo a quien se lo pide. Es un legado que quieren transmitir a las nuevas generaciones, la memoria familiar congelada en el tiempo en forma de instrumentos vivos y listos para usar.

Compartir el artículo

stats