Aun con la tripa llena de huevos, sidra, bendiciones y sonrisas, los miles de polesos y visitantes que ayer celebraron la fiesta de Güevos Pintos hicieron hueco para un postrero bocado de media tarde : el desfile. Esta singular merienda, una olla de algo más vaca que carnero, quizás no cuente con el prestigio y los grandes dispendios de antaño, pero sigue atrayendo multitudes y dibujando miradas de asombro en el rostro de los más pequeños.

Como no podía ser de otra manera, Los Sidros abrían el desfile, con sus pícaras cabriolas y empatía con el público. Tras ellos, seis grupos folclóricos y dos banda de gaitas animaban el cotarro, mientras los niños, cual espontáneos en un concierto de rock, saltaban a la calzada para ensayar unos pasos de baile.

Entre medias, el mismísimo Charlot hizo acto de presencia para participar en la fiesta. Encaramado a la carroza de la peña "Como yera antes", ganadora del último concurso de carrozas de Valdesoto, un émulo del vagabundo eterno arrancaba risas entre el público, arracimado en las aceras, gaznate enhiesto para no perder detalle de las andanzas del mimo.

Pero ni siquiera el atractivo desfile vació las terrazas o hizo aflojar la afluencia a la carpa de los artesanos. Tanta era la gente que había ayer en la Pola. En la carpa, a esas horas, había más escasez de huevos que en el mercado poleso tras la reciente cruzada de las autoridades contra las docenas caseras. Pero los pocos que quedaban eran aún objeto de deseo de decenas de personas, que buscaban en los puestos un último destello de genialidad de los pintores de la misma manera que algunos buscan en las playas un tesoro oculto con un detector de metales.

Con el atardecer, las calles empezaron al fin a descargar un poco de su intensa carga de humanidad. Para los más osados, no obstante, la noche traería otros alicientes. Una verbena, una copa, otro tipo de sonrisas y quizás, sólo quizás, la promesa de un nuevo día en el que los recuerdos hagan buena la resaca.