Uno de los problemas del siglo XIX español fue la excesiva intervención de la Iglesia en los asuntos políticos. La II República trató de reducir esa influencia y de avanzar hacia una sociedad secularizada y laica, pero el sectarismo condujo a un fracaso, que el franquismo agudizó con la proclamación de un Estado confesional católico. Durante la Transición, gracias a la política de consenso, parecía que habíamos superado los viejos problemas, pero ahora, algunos ayuntamientos aprueban mociones de impulso a la laicidad que, entre otras medidas, vetan la presencia de los representantes públicos en los actos religiosos.

La medida parece desproporcionada. Las religiones son "fenómenos complejos" (Sánchez Junco) y avanzar hacia el laicismo supone garantizar la neutralidad en los asuntos religiosos. Y en algunos sitios, respetar las tradiciones y el arraigo religioso de las fiestas. Como en Noreña, donde el alma de las fiestas está en la procesión.