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Hostelero a la vieja usanza

Servando López, que trabajó más de medio siglo tras la barra en muchos negocios de referencia, recibirá un homenaje el día 27

Servando López. A. DE LA FUENTE

Se puso a trabajar a los 13 años y, aunque no cursó estudios universitarios, tras 60 años detrás de la barra Servando López (Tapia de Casariego, 1942) bien podría ser licenciado en Psicología y Administración de empresas. Jubilado desde hace ocho años por una dolencia vascular, en más de medio siglo dedicado a la hostelería tuvo tiempo para conocer a fondo los entresijos del sector, "ver de todo", "hacer buenos amigos" y "aprender el oficio como ya no se hace ahora", dice.

El próximo día 27, en La Laboral de Gijón, la Asociación de Hostelería y Turismo de Asturias, Otea, entregará a López un premio en reconocimiento a su trayectoria laboral. "Después de tantos años está bien que te reconozcan el trabajo", afirma con socarronería el premiado, "seguramente el hostelero con más experiencia a la espalda de Asturias".

"Mi familia tenía ganado en Tapia, pero a mí no me gustaba ese trabajo, así que aprovechando que tenía una hermana en Pravia decidí que quería irme para allí a buscarme la vida", relata López.

Eran los años 50, España vivía la crudeza de la posguerra -"que era dura en el pueblo, pero también en la ciudad"- y aquel joven tapiego tuvo que comunicarle a sus padres que iba a labrarse un futuro lejos de su pueblo natal. "Mi padre era un hombre tranquilo. Cuando le dije que me quería ir nunca me dijo que no, me dio buenos consejos y también me recordó que las puertas de casa siempre iban a estar abiertas por si quería volver; aunque, afortunadamente, no me hizo falta".

"Un amigo con el que jugaba a fútbol me dijo que me podía meter a trabajar con él en El Cortijo, un bar de Salinas (Castrillón), y allí empecé", repasa. En la barra de ese local, López aprendió todos los secretos de la profesión. "Tuve un gran maestro. Era un paisano que se llamaba Pepe y con el que aprendías aunque no quisieses. Salías de allí siendo un alumno aventajado", explica.

Durante los tres años que trabajó en Salinas, López vivía en la localidad vecina de Raíces. "Al poco tiempo ya tenía una moto para ir a trabajar y todo. Además de aplicarme en el oficio, aprendí a gestionar el dinero", señala.

Al cabo de tres años de cursillo intensivo, López buscó nuevos horizontes en la capital asturiana, y los encontró en La Gran Taberna. "Tenía 16 años, pero ya era como un camarero de 40. Mi mentalidad era mucho más adelantada que mi edad", asegura. Tras una estancia en este negocio, se desplazó al restaurante Cabo Peñas, en la calle Melquíades Álvarez, "una romería. Era un bar en el que siempre había mucha gente, a cualquier hora. Los camareros nos llevábamos un 18 por ciento de comisión de lo que facturábamos. Cobraba tanto dinero que no tenía tiempo para gastarlo todo", afirma entre risas.

Servando se acercaba a la mayoría de edad y le tocaba hacer la mili, por lo que decidió salir de España para tratar de evitarla. "No es que fuese objetor de conciencia ni nada de eso. Pero prefería trabajar a ir al ejército. Por eso me fui a Alemania", asegura.

No duró mucho en tierras teutonas, ya que decidió volver y afrontar el servicio militar. "Estaba acojonado, aunque no llevaba tanto retraso, sólo unos meses, y en la frontera nadie me paró ni me dijo nada", explica. Una vez cumplida la mili, López volvió a hacer lo que mejor sabía: trabajar en hostelería. Tras un par de empleos en Oviedo volvió a Salinas, su cuna profesional, para trabajar en el Club Náutico, donde atendió a personalidades de la época como Carmen Polo. "Fue muy amable conmigo y me dejó 2.000 pesetas de propina, que era como el sueldo de cuatro meses. Menudas fiestas me pegué a su costa".

La siguiente parada en su trayectoria fue La Paloma de Oviedo. Allí, López alcanzó la élite de la hostelería. "Un metre del Reconquista me fichó, junto a otros camareros de la zona, para hacer servicios especiales. Era una gozada trabajar con él", dice.

Además, en La Paloma coincidió con el que sería su socio en una de sus más importantes aventuras empresariales: "Pepe el del Tizón". Juntos montaron La Gran Tasca, en la calle Posada Herrera de Oviedo, local que gozó de gran éxito durante los 25 años que ambos estuvieron al frente. Por el camino, López también regentó un hotel en Luanco hasta que, a finales de los años 80, se trasladó a San Cucao, para dar forma a la parrilla El Cañal.

López ha dejado paso a su hija, que es quien lleva las riendas del negocio que, cree, sus nietos no explotarán. "Un restaurante tiene una vida máxima de dos generaciones. En la mayoría de los casos, el primero de la familia lo populariza y lo hace rentable, el segundo lo mantiene y con el tercero va bajando", afirma.

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