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Bajo Nalón

Añoranza de los jueves de mercado en Pravia

La feria semanal, antaño de gran trascendencia, es hoy algo testimonial con apenas una docena de zabarceros

Isolina García, en Pravia. M. D. E.

Hoy quiero hablarles de aquellos mercados de los jueves en la villa de Pravia, allá por la década de los años sesenta. Comenzamos el relato en 1958, tenía 8 años. Recuerdo aquellas frías mañanas de invierno acompañando a mi difunta madre; nos trasladábamos apenas amanecía desde el barrio de Ribeiro hasta Puentevega, para allí coger el popular camión de José Antonio, el de Casimiro. Allí, en aquel viejo y destartalado vehículo, compartíamos viaje hasta la villa praviana junto a los sacos de patatas, de fabes, de ballico para sembrar, de cestas repletas de huevos, de cajas con conejos y gallinas y de un sinfín más de los mejores productos que los agricultores (principalmente las mujeres, que para eso eran las amas de casa) intentarían vender en el mercado para luego poder comprar aquellos alimentos de los que no se disponía en el medio rural: aceite, azúcar, arroz, café, etc...

Ya en el mercado, cada uno buscaba el mejor sitio para poder exponer sus productos a la venta. Centenares de personas llegadas de todas las comarcas del concejo praviano abarrotaban la Plaza Conde Guadalhorce. Los mercados semanales de Pravia y Grado tuvieron durante varias décadas (1950-1995) una importante trascendencia socioeconómica, pues de alguna manera eran la pequeña despensa de alimentos para la zona central de Asturias. Para generar ese trasvase entre productores y consumidores existía la figura de los populares tratantes, gentes que se ganaban la vida haciendo de intermediarios.

Entre los mas populares de aquellos años recordamos, por ejemplo, a Pepín y su madre, que se dedicaban a la compra de conejos y gallinas, y que venían desde Mieres; Enrique, de Grado, que compraba fabas, al igual que Tina, de Gijón, o Fernando, de Sangreña, y Ramón el de "La Máquina" de Lugones; todos ellos amanecían los jueves en el mercado de la villa praviana en busca de los mejores productos, y también, si podía ser, al menor precio posible, pues de ello vivían.

Respecto a los precios, tomando como referencia los últimos años de la peseta, recordamos, por ejemplo, que en el año 82 las fabes de la granja, de primera calidad, se vendía a 700 pesetas el kilo; las de segunda entre las 500 y las 400. Las lechugas para comer, una docena valía 300 pesetas: la unidad salía por unas 25.

Las patatas, otro producto de gran consumo y que se vendía en grandes cantidades, había que pagarlas sobre las 25 pesetas el kilo. Respecto a las hortalizas, el mercado de Pravia siempre gozó de gran prestigio; de ahí que en épocas de poner los cultivos en las huertas familiares la demanda de cebollín, tomate, pimientos, lechugas, repollos, coliflores, etc... fuera importante.

Hoy, medio siglo después, el mercado de los jueves en Pravia es algo testimonial. Apenas una docena de personas, en su mayoría jubilados, continúan conservando la tradición de poner a la venta lo mejor de sus cosechas. Una de estas ultimas vendedoras es Isolina García Arango, de Agones, ella lleva mas de 40 años siendo fiel a su cita cada jueves con el mercado praviano. "Manolo, esto se termina, ya nadie quiere trabajar en el campo, el trabajo es duro y la rentabilidad escasa", explica. Según ella, el que el mercado esté a punto de morir habría que achacarlo "primero a que en los pueblos ya no queda gente que trabaje la tierra, y en segundo lugar a la llegada de los grandes supermercados, que ofrecen todo tipo de frutas y hortalizas, importados de fuera de Asturias, a unos precios más baratos, pero también de mucha peor calidad que los cosechados en la región". Isolina confiesa que pese a todo hay dos productos estrella de temporada que se venden muy bien: "las fabas, tanto en verde como secas, y los arbeyinos verdes". En ambos casos la demanda de estos productos se debe, según García Arango, "a la excelente calidad, inigualable a las de otras zonas de Asturias".

Llega la una de la tarde y los pocos agricultores que han llegado por la mañana bien temprano recogen con cierta decepción lo que no han podido vender. "Esto se muere, el día que faltemos estos cuatro vieyus el mercado se habrá terminado para siempre", sentencia una de las compañeras de Isolina.

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