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El viaje sin fin de Mónica Cofiño

La impulsora del colectivo "La Xata la Rifa" lleva cerca de dos años viviendo en la estación de Carbayín, y desde ella expande sus ideas

Mónica Cofiño, con la estación del tren de Carbayín detrás. MANUEL NOVAL MORO

La artista Mónica Cofiño lleva cerca de dos años instalada en la estación de Feve de Carbayín. Su llegada no fue casual ni inocente. Llevaba tiempo buscando un lugar para vivir que se adecuara a sus ideas, y una antigua estación era lo más indicado. "Era de las pocas que se alquilaban que realmente tenían posibilidades, tenía mucho que hacer, pero era salvable". Pero ¿por qué una estación de tren? "Por el viaje; para mí la estación evoca eso, el tren, el viaje lento. No tengo coche, me gusta el concepto de comunicación entre vías, pueblos, lo pequeño", explica.

Mónica Cofiño, nacida en Barcelona de padres asturianos, se crió en Gijón. A principios de esta década empezó en el oriente asturiano con "Texto y danza para vacas", grabando por los pueblos de la comarca, con muchas fotografías, acciones e intervenciones relacionadas con la danza.

Su idea era conseguir espacios para el arte que no fueran los convencionales. Decidió que para llegar a la gente no necesitaba un teatro ni intermediarios, no necesitaba un espacio reservado, sino que era posible un contacto directo con la gente. Su propuesta, relacionada con el mundo de la ganadería, que en realidad es el de sus antepasados, comenzó con cierta incomprensión, pero terminó cuajando.

Cierto día, le vendieron una papeleta y recordó la "xata la rifa". "Eso de 'pareces la xata la rifa' es algo que muchos oímos de nuestras abuelas sin haberlo vivido. A partir de ahí empecé a pensar en vender las rifas", señala. Con ellas financia sus acciones, es una forma de crowdfunding que en realidad rescata los modos de antes.

Su inquietud no conoce límites y anda metida en numerosos proyectos. La llegada a Carbayín obedece también a su impulso de recuperar espacios, de hacer una lectura del abandono, del derroche, de lo infrautilizado, de las muchas huellas que los excesos de otros tiempos han dejado en nuestros días. Esa búsqueda de espacios la hizo asomarse a la cristalera del tatami de Carbayín, un equipamiento muy bueno para la danza, que le gustó desde un primer momento, y que ha estado infrautilizado mucho tiempo. "Lo utiliza el pueblo, pero una vez al día, y conseguí una cesión del Ayuntamiento para hacer actividades; era mi premisa, cuando vi la casa de la estación me dije: 'no está mal', pero cuando vi el tatami me llamó mucho la atención ver una cosa así en este pueblo". En el tatami tiene establecida mucha actividad regular: danza los miércoles, salones para niños, talleres de fin de semana y formación.

Y después está la mina, que para ella tiene un significado muy potente. Y está muy relacionado con la decadencia. "Empecé con las vacas, un sector que está en declive, después con el tren, que también está en horas bajas, y también la mina: soy una artista acompañadora de todas las muertes", ironiza.

En cualquier caso, su idea es convertir los espacios en algo vivo. "Podríamos hacer algo en plan 'visite mi abandono', porque hay mucho en Asturias, pero no sirve de nada quejarnos; al contrario, tenemos que revalorizarnos, empoderarnos con lo que somos y lo que tenemos, se trata de no pelear lo que fuimos, hay que observar las cosas y soltar", concluye.

Carbayín la ha acogido muy bien y está contenta con su nueva casa, aunque sabe que lo suyo es y siempre será viajar, moverse, ir hacia adelante.

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