Era un 6 de enero, por la mañana. Vestido de futbolista, encantado sobre las botas de tacos y con su balón oficial, todo de estreno, ni siquiera desayunó, dio un beso a su madre y, sin miedo al frío, salió corriendo al prado mojado.

Un rato después, al regreso del ordeño, su padre lo encontró sentado sobre el balón, mirando la niebla que tapaba el pueblo más abajo. Le dijo que estaba imaginando el partido.

En primavera malvendieron las vacas. Al final del verano se fueron.