Consciente de que la literatura es una plasmación de la realidad, y de que ésta, la mayoría de las veces, depende, fatalmente, del lugar que cada uno ocupe en el palco de las representaciones diarias, la Asociación Cultural Cauce del Nalón, fiel a su empeño de hacer pasar por el mismo escenario voces distintas -unas más consagradas que otras, pero, a fin de cuentas, todas igualmente importantes-, ha programado, dentro de su ciclo del mes de marzo, la presentación de un libro, «Armaduras de azúcar», para el próximo viernes, día 18, en la Casa de Cultura «Alberto Vega» de La Felguera.

Su autora, una joven avilesina, Esperanza Medina, a la que avala un notable currículum a su edad -ha publicado cuatro libros y ha obtenido algunos premios-, tuvo la amabilidad de hacerme llegar el poemario hace unos meses, acompañado de una afectuosa dedicatoria, que, además, en su parte final, expresaba bien claramente las intenciones del libro: una endeble armadura, que, al igual que la tiza, se disuelve en el agua.

Porque de esa fugacidad de la vida, de ese río que todo lo arrastra a su paso, tratan, fundamentalmente, estas «Armaduras de azúcar» que acompañaron los sueños de la poeta cuando aún era una niña y, cogida de la mano de su madre, camino del colegio, aplastaba los ojos contra el escaparate de una confitería. Lejos estaba Esperanza de sospechar, en aquellos tiempos en los que el mundo se confundía con la música de una canción o con un beso de la eternidad, que aquella frase de Kant: «El sueño es un arte poético involuntario» iba a hacerse visible en su propia sangre, y que la niña que seguía maravillándose ante aquella «armadura de azúcar», diminuta y perfecta, que reposaba junto a la puerta de un castillo de mazapán, nos haría cómplices, tiempo después, de «las soledades blancas/ que el tiempo acumula en los armarios/ o nos lanzaría un S.O.S cargado de inteligencia (es difícil encontrar un sabio que no sea escéptico): "No quiero días especiales/ con la tristeza cotidiana me conformo».

Para quien, como en mi caso, se complace en saborear variedades distintas de vinos, ya sean Riojas, Riberas o Somontanos, pongo por caso, siempre que estén bien elaborados, lo que menos importa es el paraguas bajo el cual se guarecen los versos de Esperanza. Lo importante es que, fuera de adscripciones más o menos interesadas, de endogamias siempre perniciosas, la suya es una poesía que ha encontrado una manera de entender el mundo y de departir con él, gracias al acierto de unos versos en los que se mezcla la cautela con la esperanza, o por decirlo de otro modo, de unos versos que son un canto ilusionado a la vida pero sin descuidar que ésta, en ocasiones, suele mofarse de nuestros buenos propósitos.

Y por si algo faltara en este hermoso itinerario poético que, en cierta manera, no deja de ser la continuación de sus paseos de niña por las calles avilesinas, Esperanza avanza cerrando los ojos o abriéndoles de par en par, pero siempre preguntándose por el sentido de sus pasos. Al igual que Coleridge, yo creo firmemente que «No ha habido nunca un gran poeta que no fuera al propio tiempo un profundo filósofo». Lo expresan bien estos versos de Esperanza: (¿Dónde vive la esencia de ti misma?). Y, como es lógico, «la respuesta se llena de vacíos/ inútil mirar el interior de nada». Sin ornamentaciones ni retóricas vanas, Esperanza nos regala una atinada visión del mundo. Que no es poco, precisamente.