Se ha ido a ese espacio lejano y abundante en buenos epítetos, el bueno de Oscar. Un personaje polesolavianés que superaba la popularidad por su estilo, bonhomía, sencillez y trabajo contumaz. Su imagen diaria era observarlo con el mono de azul laboral y la práctica carretilla donde llevaba los paquetes, las cajas de cartón cargadas de útiles, los variados portes que llegaban a la estación de FEVE o al viejo Carbonero hoy Alcotán. Era el auténtico distribuidor de avisos, bultos, fardos, pacas y fardeles? Todos esos envoltorios pasaban por sus manos y su inseparable carretilla. Durante décadas fue todo un referente popular por su carácter de persona afable y sosegada. Siempre pensando en el trabajo y los frangotes que le esperaban al día siguiente para recogerlos y dejarlos en sus respectivos destinos profesionales. Y así, jornada a jornada, mes a mes, año a año, durante más de setenta años, sin descanso, vacaciones y sólo con el disfrute de su querida familia y el café de los domingos con la única preocupación de saber los resultados deportivos de su Titánico y su Real Oviedo. Lo demás le importaba un comino, una manera de ver la vida a su manera y ser feliz sin ambages. Su figura estilosa y su voz aguda anunciando el recado demandado ya son historia para un pueblo que consideró a Oscar a uno de los suyos y así se demostró en el homenaje recibido en la Pola cuando dejó los bultos y la carretilla, todavía hace poco tiempo. Porque este personaje de enorme fuerza vital y memorística nunca se retiró de su vida laboral. Una rápida enfermedad lo alejó de su tranquilo universo y le desgajó toda su existencia. Y todo en un soplo. Cuando me anunciaron su óbito una pena alargada se apoderó de mí. Las buenas personas se van escapando de este valle terrenal como un goteo definido y brutal, y todos nos convertimos, cada vez más, en huérfanos de nuestro pasado, de nuestras realidades, de nuestras historias, evocaciones y tradición. Es la vida que pasa de largo, no se detiene y nos envuelve en esa nostalgia que con levedad nos agarra al recuerdo y a los pensamientos de antaño. Es la memoria de lo de antes, lo que nos queda como sentimiento y compensación de un existir efímero y raudo.

Oscar Suárez Martínez, «Tierruca», se fue al más allá sin molestar a nadie, de puntillas, relajado, ahíto de ilusiones acumuladas en su singular peregrinación por estos territorios. Sólo dejó el mono azul y la sempiterna carretilla como símbolos laborales de una época, de un momento, de una etapa de un vivir con personalidad, como la suya, infantil, angelical, limpia, buena, sincera, amarrada a sus útiles de trabajo y voluntariosa como pocas para abonarse a esas labores de descargar cajas de bebidas, sacos de harina entre avisos y paquetería. En el lecho de muerte tuvo palabras, con los estertores ahogándolo, para el futuro del Real Oviedo, su equipo del alma. Palabras últimas y muy deportivas con las alineaciones históricas y el próximo rival en el Tartiere. Sufría lo indecible por ver al conjunto azul en territorio prohibido, en esa oscura Segunda División B apartada de los valores de la Primera División que nunca debió perder. Y así, el bueno de Oscar se alejó de este mundo convulso dejando al Real Oviedo en una categoría aburrida y al Real Titánico vegetando por las praderías de la Primera Regional.

Y al hilo de este comentario cabe mencionar una buena anécdota que le ocurrió a este pintoresco personaje. Tras una invitación de un industrial en Casa El Pintu, hace unas décadas, alguien le preguntó: ¿Oscar que comiste? Y Oscar sin pensárselo dos veces respondió directamente y eufórico: «No sé, pagolo él?». Palabras, frases, expresiones, verbo, vocablos? Todo en Oscar era singular y único. Como su talante. Mañana me gustaría ver esa escultura idealizada por el artista José Luis Iglesias Luelmo con la imagen de Oscar, su mono azul y su carretilla envolviendo los aires del parque de su villa natal. Un sincero tributo a una persona original, buena y trabajadora.