La revolución de 1868 encontró la Hacienda pública en un lamentable estado de precariedad y una de las vías a las que se recurrió para intentar subsanar esta situación fue el recurso a la desamortización del subsuelo. Hasta aquel momento, las concesiones mineras habían tenido que gestionarse en Madrid y habían estado siempre sujetas a la posibilidad de «denuncia». Las nuevas bases generales para la nueva legislación minera, por el contrario, delegaron la facultad de hacer las concesiones en los gobernadores civiles de las provincias, sin trámites previos, y, lo que es más significativo, confirieron carácter perpetuo sin posibilidad de ser denunciadas. Desde 1869, el pago de un canon era garantía de permanencia, siendo en la práctica los concesionarios verdaderos propietarios. Con estas medidas se abrió una acelerada fase de esplendor de la industria extractiva española y el número de concesiones creció de forma vertiginosa, cobrando la exportación de minerales y metales de primera fusión un auge tan extraordinario que alteraría la estructura misma del comercio exterior.

En lo que se refiere al concejo de Sobrescobio, la explotación férrica -no muy desarrollada en el resto de la región- sería la que mayor enjundia alcanzase. En 1899 la prensa se hacía eco del descubrimiento de unas minas de importancia en Oviñana. Éstas contenían hematíes prácticamente libres de fósforo y azufre y con un 60 por ciento de hierro metálico. Se aspiraba, en consecuencia, a que se instalasen dos altos hornos de 500 toneladas diarias cada uno a orillas del río en Soto. El hallazgo se podía cubicar en varios miles de toneladas y se anticipaba la posibilidad de que se prolongase la vía férrea de Langreo por Oviñana hasta las minas, o que la Compañía del Norte prolongase su línea de Sama hasta Rioseco, no desechándose la posibilidad de que ambas compañías aumentasen sus trayectos. La realidad, en cualquier caso, acabaría por manifestarse mucho más espuria; y las expectativas puestas en aquel colosal desarrollo de los transportes pronto se verían defraudadas, siendo carreteros con carros medianos y parejas quienes se emplearon, en buen número, eso sí, en el transporte del hierro de las minas de Cipriano Mata hasta Laviana. Este método acarreaba serios problemas en las comunicaciones al ser el arrastre continuo, más aún cuando a la altura de 1910 se estaban solicitando constantemente nuevos transportistas.

El territorio coyán ocultaba, en todo caso, criaderos de carbón, cobre y hierro, y a la altura del cambio de siglo ya habían sido «denunciadas» varias minas objeto de importantes contratos y se anunciaba una próxima explotación que tampoco llegaría a prosperar de manera significativa. No dejaría esta irrupción de carácter industrial, de cualquier modo, de perturbar los ritmos cotidianos de la vida campesina, lo que acabaría por provocar fricciones entre los implicados en la explotación minera y los naturales del concejo. En 1911, por ejemplo, los responsables de la empresa denunciaban los abusos que cometían los vecinos de Soto obstruyendo los caminos que conducían a las minas de hierro y paralizando el tráfico. Esta circunstancia provocaba paros forzosos en las actividades extractivas que afectaban a más de sesenta trabajadores entre obreros y carreteros -siendo la mayoría de fuera del concejo, lo que no deja de ser significativo a la hora de entender este tipo de actuaciones-. Los boicots consistían generalmente en la excavación de grandes cercas o la oclusión de las vías mediante la colocación de piedras de gran tamaño, especialmente en el camino que iba del cable aéreo a la carretera. Igualmente, a su vez, los vecinos denunciaban al empresario dado que sus carros obstaculizaban el tránsito y deterioraban los caminos, cuyo mantenimiento, además, corría a cargo de los parroquianos. Estas formas de sabotaje no dejan de evidenciar la pervivencia de una cultura popular, de unas formas de vida rural aún firmemente arraigadas y del desarrollo de unas estrategias de resistencia ante la disolución de los marcos tradicionales de convivencia.

Siguiendo con el devenir del desarrollo industrial-minero del concejo, cabe indicar que, ya en 1898, la Sección de Fomento del Gobierno Civil de Asturias había recibido una instancia del ya aludido Cipriano Mata solicitando el registro de 18 hectáreas de mineral de cobre con el título de Consuelo y sita en Sobrescobio, aunque después se entregaría a la explotación de mineral de hierro. No pudo, de todos modos, disfrutar durante mucho tiempo de su yacimiento, puesto que en enero de 1915 fallecía en su casa de Rioseco víctima de una rápida dolencia. El empresario minero natural de Mieres y propietario de las minas de hierro que se había formado en la Escuela de Capataces y formaba parte de una brillante generación de facultativos de minas, en la que también figuraban los Felgueroso y los Nespral. La prensa del momento resaltaba en sus necrológicas cómo la explotación férrica coyana había sido obra suya y de qué modo la había mantenido rechazando ofertas de empresas extranjeras. No sólo atrajo el hierro el interés autóctono, y ya en 1905 el industrial de Rotterdam Máximo Vottmayer presentaba la solicitud de la mina Luisa. En octubre de 1906, a su vez, el Ayuntamiento recibía la solicitud de la Sociedad M. H. Muller y Cía para la concesión de terrenos en el monte de Llaímo a fin de explotar la mina Carmen. El Consistorio, al efecto, exponía las condiciones en lo respectivo al uso y cuidado de las aguas, caminos y demás cuestiones.

Por ofrecer algún dato más sobre la trayectoria de Mata, cabe indicar que desde 1908 el empresario era el arrendatario de Consumos del concejo. En 1909 había solicitado la instalación de un cable aéreo, y parece que sería por esta fecha cuando el industrial se instalaba de modo estable en el concejo, y para hacerlo con buen pie, y de paso mejorar el acceso a su mina, realizaba en aquella fecha una sustanciosa donación al Consistorio destinada al arreglo del puente de Villamorey.

En su Memoria Económica de 1918, en cualquier caso, la Sociedad Duro Felguera anunciaba la compra de la explotación de Mata, por la que se pagaría un millón de pesetas; y se estaba ya planificando el laboreo, estimándose una inversión suplementaria de 434.759,75 pesetas. A la altura de 1924 la «Revista industrial minera» señalaba que las minas de Sobrescobio aseguraban una producción de excelente mineral y se preparaba un nuevo piso que permitiría vender partidas a buenos precios una vez cubiertas las necesidades de la fábrica en lo relativo a mineral para afino en los hornos de acero. En los años veinte del pasado siglo se extraían unas 3.000 toneladas anuales, con una riqueza en hierro de un 70 por ciento.

En su obra dedicada a la minería regional, Gabriel Santullano ofrece datos de la producción de las minas de hierro de Llaímo en miles de toneladas durante algunos años: 1911: 4, 1912: 4, 1914: 3, 1915: 2 (aunque la «Revista industrial minera», en su número de marzo de 1916, al hacer balance del mineral de hierro de ese ejercicio ofrece una cifra con 50 toneladas más), 1924: 2,8, 1927; 1,7, 1929: 10, 1930: 0,6, 1931: 1,5, 1933: 0,7, 1934: 0,7, 1934: 2 y 1935: 3.

No era éste, como se ha dicho, el único yacimiento de hierro, siendo varios los que se registraron por empresarios pedáneos o alóctonos, aunque sí la única que conoció una explotación reseñable. En los años cuarenta continuaría funcionando la factoría de Llaímo, empleando a treinta obreros y obteniendo una producción de 6.250 toneladas, pero la explotación iría languideciendo y no pudo funcionar más allá de 1967.

Había, pues, en el territorio explotación de hierro, cuprífera y de hulla. Sin embargo, el desarrollo minero presentó un carácter extremadamente especulativo, que se traducía en la proliferación de pequeñas empresas que empleaban capitales de poca enjundia y contrataban a personal poco cualificado.