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"No somos una fábrica de tornillos"

Los investigadores del centro de Soft Computing de Mieres, a punto de perder la mitad de la plantilla, piden que se apueste por las instalaciones más allá de resultados económicos

Una decena de proyectos europeos que han reportado más de quince millones de euros, contratos con empresas por otros dos o fondos del plan nacional de investigación por un millón, alcanzando niveles de autofinanciación de en torno al 40 por ciento. Esas son algunas de las cifras que maneja el centro europeo de Soft Computing, con sede en el edificio de investigación del campus de Mieres, y que atraviesa por sus peores momentos. Un expediente de regulación de empleo (ERE) que supondrá, en el caso de llevarse a cabo tal y como se ha planteado en un primer momento, la desaparición de casi la mitad de la plantilla, amenaza su continuidad, al menos tal y como se había ideado en sus comienzos. Su plantilla, que vislumbra con incertidumbre su futuro, apuesta por un apoyo decidido a la investigación más allá de la rentabilidad económica. "No somos una fábrica de tornillos", comenta José Alonso, investigador asociado del centro, quien destaca que, para que las instalaciones tengan viabilidad, "hace falta algo más que apoyo político, hace falta dinero". Su compañero Sergio Damas, investigador principal, refuerza las palabras de Alonso subrayando que "esto no es un pozo sin fondo, la investigación no supone un gasto, sino una inversión, y si aquí no quieren ponerlo en valor, seguro que habrá otro sitio donde sí quieran hacerlo".

El centro europeo de Soft Computing cuenta en la actualidad con una plantilla de veintinueve trabajadores, pero llegaron a ser casi cincuenta. Una merma importante que ha influido en el volumen de actividad, desarrollo y capacidad del centro. Así lo asegura Damas, quien aterrizó en Asturias en 2005 desde la Universidad de Granada. "Tenía plaza fija con contrato indefinido, pero me vine con mi familia, mi mujer también tenía un buen trabajo allí, porque vimos una oportunidad de hacer algo diferente, un tren que, si no lo cogía, me arrepentiría, por eso me dolería que esto no siga adelante", explica. Y señala que "entonces di un salto de 1.000 kilómetros, pero si ahora hay que hacerlo de 3.000 o 5.000, no lo voy a dudar". José Alonso, por su parte, ha pasado por distintos estados dentro del centro europeo de Soft Computing. "Lo viví primero como estudiante y después como investigador, y he visto los cambios que se han desarrollado, por eso ahora creo que lo que nos hace falta es apoyo para que tengamos seguridad y podamos desempeñar nuestro trabajo tal y como lo estábamos haciendo hasta ahora, porque si no, tendremos que mirar ofertas en otros sitios donde sí nos valoren el trabajo", apunta. Otro que también dio un salto en su vida laboral cuando entró en el centro con sede en Mieres fue David Fernández, que trabaja como administrador de sistemas. En su caso, tal y como explica, "me vine perdiendo dinero, pero el proyecto cumplía muchos de mis objetivos personales y por eso me cambié". Sin embargo, la situación actual es bien distinta: "Con los últimos recortes no invertimos en infraestructura nueva, estamos un poco estancados".

Estas tres historias de vida e investigación son un ejemplo representativo de lo que se cuece en el interior de las instalaciones ubicadas en el campus de Mieres, pero hay otras muchas. Y también algunos que, viendo venir el declive, abandonaron el barco con anterioridad. "Se han dado bastantes casos, tanto de investigadores como personal de apoyo, tenemos un antiguo estudiante de doctorado que hoy es doctor y se fue a Escocia donde le han ofrecido un contrato buenísimo", resalta Sergio Damas. Y apunta que "también otros compañeros se han ido a empresas destacadas, como Google o Amazon".

La plantilla del centro europeo de Soft Computing también tiene claro lo que supone la entidad para Asturias y su desarrollo, ya que su actividad "ha revertido en las empresas con las que hemos colaborado, nos constan esos resultados que se han generado gracias a nuestra investigación, creo que también habría que valorar la oportunidad que supone para la comunidad". No se quedan únicamente con cifras, también hay proyectos con nombre y apellidos, como el de identificación forense. Una iniciativa que supuso un importante esfuerzo en investigación y desarrollo con el que se consiguió participar en un proyecto europeo de más de un millón de euros, de los que llegaron casi 400.000 al centro de Mieres. No se quedó ahí, también se consiguieron fondos nacionales de hasta 300.000 euros para finalmente patentar un software específico y comercializarlo. "En diciembre del año pasado logramos vender un par de licencias en México, con lo que se podría hablar de éxito, pero ahora no sabemos qué va a pasar", relata Sergio Damas, para reseñar que, "como este ejemplo, tenemos muchos más".

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