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La Nueva busca un futuro sin carbón

Tres lustros después del cierre de las minas quedan 300 habitantes en un pueblo que superó los 3.000 | Los vecinos se aferran al Ecomuseo de Samuño para generar actividad económica y frenar el éxodo

Usuarios del ambulatorio.

Rafael Rojas, 65 años, barrenista de Samuño hasta hace 18 años, resume así el estado de cosas: "Aquí quedan mayoritariamente jubilados, La Nueva vive de las pensiones. En activo hay algún albañil y poco más. Desde hace siete u ocho años no tenemos carnicería, por la misma época cerró el economato. Tampoco peluquería. ¿Autobuses?, tres por la mañana y otros tantos por la tarde. La escuela lleva mucho sin niños ni maestros y la iglesia sin cura. Hay misa los domingos gracias a que viene el de Ciaño".

"Cuando me quedé en casa tenía 47 años. No me echaron, me prejubilé con trescientas mil pesetas, sabiendo que cuando entrara en la caja eso iba a bajar y preguntándome dónde irán mis dos hijos. Aquello fue el caramelo envenenado para el cierre de todo . Acto seguido, se produjo la desbandada. Mi hija, que es maestra, mi hijo y mi sobrino viven en Sama, otros marcharon para donde pudieron. Decepción si hubo, pero no protestó ni dios, porque lo que viene es peor", confiesa sentado en un banco frente a una carretera sin apenas tráfico.

De la poca gente con empleo que queda en La Nueva, todos trabajan fuera. El hijo y el sobrino de Rafael Rojas se desplazan a Mieres y Colloto respectivamente. Licenciada en Derecho, Ángela, la hija de la médica, se ha ido para Gijón en busca de oportunidades y su hermano, Mateo, ejerce de maestro en Ciaño a la espera de un traslado a Galicia.

La de Joaquina Coto se llama Graciela y se gana la vida de peluquera en El Entrego. El yerno está en el bar con ella. A la pregunta de qué tiene en común La Nueva de hoy con la de la minería, la hostelera responde: "Nada. Unos marcharon, otros murieron? No hay un alma. ¿Ves esta gente echando la partida? Son viejos todo lo que queda. El día que 'muerran' nos quitan hasta el médico. Los jóvenes no paran en el pueblo, habrá quince parejas". Cuenta que una vecina, Mireia, trabaja en el Hospital de Riaño, Marcolina en el ayuntamiento y algunos de los hombres cogen lo que les sale de camareros.

"Mi madre, (Aurora, de 86 años), tuvo dos carnicerías y vendía mucho. Aquellos negocios se enriquecieron porque con los pozos estaba esto tope. Este bar fue una sala de fiestas, lo de los bailes duró hasta cerca de los ochenta", prosigue. Coto no se olvida del agua fría de la piscina que funcionaba con compuertas en el río. Fue la primera del concejo y "venía todo Langreo con las tortillas". En cambio no recuerda la última boda: "Hará años que no se casa nadie en esta iglesia. Bueno, la mi nietina, Neus, tiene tres años y la bautizamos aquí".

"Todo este proyecto es muy positivo para el pueblo. Su impacto se nota. Cuando llegué en 1996 había cuatro bares, pero después quedamos sin ninguno. Fue hace ocho años, cuando falleció el dueño del que quedaba abierto. La cosa llegó a estar muy mal hasta que abrió Joaquina y echó a andar el Ecomuseo. El tren minero dio vida, vaya si la dio". Quien así habla es el médico del Centro de Salud, Jorge Sánchez.

Pocos jóvenes

"Cuando funcionaban Samuño y San Luis, estaba todo lleno. Es un caso como Turón: hasta hace 30 años había perras y un ambiente de la virgen y ahora no hay nada". Este médico de Lugo de Llanera echa cuentas: "En la zona habrá 30 menores de 14 años. Tengo 600 cartillas de adultos; cien son de gente que aguanta con ochenta y pico años arriba con las vacas, hasta que no puede y baja al piso que tiene en Sama. Les digo que cambien, que tienen el centro de salud al lado, pero me responden 'prefiero que me veas tú, que ya te conozco'. Lo mismo me pasa con otros en Ciaño".

Desde hace cuatro meses el pueblo tiene nuevo farmacéutico, un venezolano de 50 años, de nombre y apellidos italianos, que desde hace 16 vive en Salinas con su familia. Giacomo Loffredo Bini explica así la compra de la farmacia a Lucía, la anterior propietaria que acaba de instalarse en La Corredoria: "Estaba trabajando por cuenta ajena, siempre busqué independizarme y esta fue la oportunidad". "El Ecomuseo me parece estupendo, falta que la Administración eche una mano para que sea más conocido y surjan más oportunidades , porque, antes de venir aquí, nunca había oído hablar de él", añade.

Lejos quedan los buenos tiempos negros de la mina. Carbones La Nueva (pozo San Luis) y Carbones Asturianos (pozo Samuño), las dos empresas que a finales de los cincuenta empleaban cada una a 1.500 trabajadores, son nacionalizadas diez años después. Casi a la vez, Hunosa cierra San Luis y lo deja con 75 obreros como auxiliar de Samuño. Paralelamente, se intensifica la reducción de plantilla en este segundo pozo hasta su clausura en 2001. Ese año, tanto la población del valle (600 vecinos) como la de La Nueva es diez veces inferior a la de 1960, según el profesor Aladino Fernández García. Las prejubilaciones y la falta de trabajo empujan a muchas familias hacia el centro de Langreo, pero sobre todo a Oviedo y Gijón. Algunos emigrantes volvieron a sus regiones de origen.

Las escuelas cerradas en 2002 tras medio siglo de actividad son el testigo mudo del despoblamiento. A finales de los sesenta asistían 180 alumnos (tres clases niñas y tres de niños a 30 por aula). Cuando sonaban las sirenas, los profesores bajaban las persianas para evitar a los escolares la insoportable escena de la evacuación de heridos y muertos del pozo donde trabajaban sus familiares. Alberto Cepedal recuerda que el padre de su esposa, tras quedar enterrado, sobrevivió en 1965 a un trágico accidente. Joaquina Coto tenía doce años cuando "unas Navidades se mataron doce mineros, todos de aquí y con hijos. El padre de una nena de mi clase cayó ahí".

Junto al castillete del pozo San Luis, un grupo de visitantes sigue con atención las explicaciones sobre cómo los mineros, cada viernes, bajo vigilancia de la Guardia Civil subían, de uno en uno, la escalera de la pagaduría para cobrar a través de una ventana, mientras sus mujeres les controlaban desde la carretera para que no se fueran al chigre.

Los pozos

Los trabajadores tenían prohibido el paso a las oficinas. La planta superior estaba reservada para el director de la empresa y los ingenieros, los únicos que disponían de despacho individual, con baño completo. El dinero de las nóminas se transportaba a cada uno de los 47 pozos, que llegaron a funcionar dentro la cuenca central, en furgones con guardias civiles con metralletas.

Ni vigilantes ni ingenieros entraban en la Casa de Aseo, uno de los recintos donde se gestaron las grandes reivindicaciones mineras. El guía del Ecomuseo se dirige a los presentes: "Si al llegar, veías a la gente sentada, ese día había huelga". El edificio, de 1935, disponía de agua caliente y calefacción, servicios de los que carecían la mayoría de las viviendas. En los años 70, los niños de La Nueva acudían a ducharse cada domingo. Hoy, adultos, la inmensa mayoría ha volado del valle que los vio nacer en busca de una nueva vida más allá del carbón.

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