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Historiador

El estraperlista humanitario

Felicísimo Gómez, que solía viajar en tren a Castilla para traer alimentos a Asturias, socorrió a los viajeros accidentados en tres siniestros ferroviarios

Felicísimo Gómez Villota fue un hombre exagerado en todo. Como falleció hace pocos años todavía somos muchos los que guardamos su recuerdo y por eso no quiero añadir más adjetivos. Cuando tenía 11 años la guerra lo sacó de la escuela, su padre fue fusilado el 19 de mayo de 1938 y enterrado en la Fosa Común de Oviedo y él se quedó huérfano con cuatro hermanos menores, desde entonces fue creciendo su obsesión por vengar esa muerte y sacar a la luz a los asesinos e inició un camino de denuncias públicas y privadas, que le llevó a romper todas las normas que otros, con los mismos intereses, respetaron con más inteligencia.

Acabó trasladando esa facilidad para acudir a los juzgados a su vida cotidiana, de manera que se fue acostumbrando a magnificar algunos problemas que otros hubieran solucionado con una simple conversación y al final se convirtió en un hombre con muchos enemigos y pocos amigos.

En abril de 1988 María de las Alas Pumariño se personó en nombre de la Asociación de Viudas de Guerra de la República ante el notario de Oviedo Teodoro Azaustre para que requiriese a Felicísimo, o Félix Espejo, como él firmaba en ocasiones, instándole a "la inmediata retirada de la circulación" y "para proceder a su inmediata destrucción" de la segunda edición del libro "Represión de los Tribunales Militares franquistas en Oviedo-Fosa Común del Cementerio Civil de Oviedo".

La Asociación había publicado en 1984 un buen documento con los nombres y datos de los fusilados en la capital de Asturias tras la guerra civil sacados de los registros oficiales, que aún hoy es una fuente valiosa para la investigación de estos hechos y Félix, por su cuenta, decidió reeditarlo, conservando lo ya hecho, pero engrosándolo considerablemente con grabados, ilustraciones y manifestaciones personales, que incluían informaciones sobre los asesinos y sus descendientes, lo que a las viudas les pareció poco prudente.

Felicísimo acudió al requerimiento, pero se limitó a rechazarlo por improcedente y a afirmar que en su día daría "las explicaciones que procedan y ante quien corresponda".

Tres meses más tarde las Viudas de Guerra se reunieron en sesión extraordinaria para tratar este único punto y tomaron la decisión de no acudir a los tribunales para no perjudicar económicamente ni causar problemas a su antiguo colaborador, pero optaron por quedarse con los 215 ejemplares que este había dejado en las sedes de Oviedo y Gijón e ir vendiéndolos para darle después a él su importe, porque no se fiaban de que cumpliese la condición de quitar el prólogo del libro y desvincular el nombre de la Asociación.

Seguro que hicieron bien, porque conocían con quien trataban: unos días después recibieron un mensaje manuscrito y firmado en el que pedía a "las viudas que pretenden destruir el libro con María, que se dediquen a limpiar los crucifijos que pusieron los asesinos de sus maridos sobre sus tumbas en el cementerio de Gijón".

Actualmente se puede encontrar fácilmente tanto la primera edición como la segunda en sus dos versiones, intacta y con corrección, como prueba de este desgraciado episodio. Pero no me detengo más en él porque quiero contarles otra de sus peripecias, extraída del archivo de Felipa del Río, a quien tanto recuerdo, ya que ella, incapaz de enfadarse con nadie, fue de las pocas que lo soportó y Félix solía mandarle copias de los mil pleitos que siempre tenía abiertos.

En el transcurso de uno de ellos, redactó un informe para enviar entre otros destinatarios a las autoridades la Guardia Civil, el Capitán General de la VI Región Militar, dos ministros, el Fiscal General del Estado, el Defensor del Pueblo, el Presidente del Gobierno y también el Rey. No era la primera vez que tiraba de esta lista en la ingenua suposición de que a estas personalidades les iban a importar sus problemas, pero él era así.

El caso es que esta vez añadió unos datos de su biografía, que me parecen interesantes sin entrar a valorar que pudiera aliñarlos a su estilo. Son el relato de su actuación en el transcurso de tres accidentes ferroviarios que se produjeron en torno a 1950 en el tramo comprendido entre las estaciones de Ujo y Santa Lucía, ya en León, y en los que él estuvo presente porque hacía aquel trayecto con frecuencia, como tantos otros asturianos, para conseguir en las provincias castellanas aquellos alimentos que escaseaban en nuestra región.

Esta actividad, conocida popularmente como estraperlo, estaba perseguida y vivía entonces sus últimos momentos, tras haber sido un recurso con el que muchas familias pudieron mantenerse en los años del hambre.

Pues bien, Félix Espejo iba en aquel tren de largo recorrido que se precipitó por un terraplén a la altura de Villallana el día del Corpus de 1950 y tuvo la suerte de no estar entre las víctimas, lo que le permitió participar en el rescate de los heridos desde los primeros momentos, con tanto empeño que poco después el Ministro de Obras Públicas le hizo llegar un certificado con su felicitación.

Más tarde, la fatalidad hizo que otro expreso, que hacía la misma ruta que el anterior (Madrid-Gijón) descarrilase en pleno invierno a la salida de la estación de Santa Lucía, llevándose un puente por delante antes de dejar en el cauce del río las dos máquinas que tiraban por el convoy y el furgón de equipajes. De nuevo Félix logró salvar a dos ferroviarios cuando ya estaban al borde del ahogamiento.

Esta vez, siempre según su testimonio, lo acompañaron otros dos jóvenes llamados Jesús Vázquez Argüelles y Belarmino Guzón Patallo, mientras la Guardia Civil, la policía secreta y los demás supervivientes se limitaron a contemplar la operación desde las alturas.

En aquella ocasión no hubo ni una felicitación, pero fue aún peor lo que ocurrió tras el tercer accidente, el 2 de diciembre de 1950 -las fechas son suyas-, teniendo de nuevo como protagonista al expreso que había salido desde Gijón con destino a la capital de España, que se incendió en el interior del túnel nº 14 entre Pajares y Busdongo. El fuego se produjo en un antiguo vagón de primera clase, de madera, habilitado como coche correo y se propagó con rapidez, favorecido por el aire que entraba desde el lado leonés, lo que hizo que la parte de cabeza del convoy se salvase, mientras que los vagones que estaban por detrás del punto del incidente se llenasen de humo.

Aquel día hubo tres muertos y muchos intoxicados y Félix Espejo, de nuevo favorecido por la fortuna, volvió al rescate logrando sacar a tres de los viajeros que se encontraban tirados sin conocimiento por las cunetas del túnel. El primero fue un niño de meses, que una madre desmayada tenía entre sus brazos. Nuestro hombre pudo entregárselo a un médico que ya se encontraba realizando labores de reanimación en el exterior, sobre las traviesas y bajo el aguanieve que castigaba la zona.

Según su escrito, luego vino una joven rubia y finalmente un hombre alto y delgado, que pudo arrastrar junto a otro compañero desde un vagón que estaba envuelto en llamas. Después de aquella última entrada, con un fuerte dolor de cabeza causado por la falta de aire y los ojos completamente irritados, ya no pudo hacer otra cosa que esperar acontecimientos, sin que nadie le ofreciese ni un vaso de leche ni cobijo en Busdongo.

Pero este caso trajo una secuela inesperada a los pocos días del suceso, cuando la casa de Felicísimo recibió la visita de los llamados "abisinios", guardias civiles que controlaban el estraperlo en las vías férreas. Un sargento y número, sorprendentemente moderados, se interesaron por conocer quienes habían entrado en el túnel después de que él hubiese sacado al último intoxicado, obteniendo la respuesta de que había sido un guardia delgado y rubio y tras él varios obreros de vías y obras. Más tarde supo que aquel interrogatorio quería aclarar quienes eran los autores de algunos robos registrados en los vagones siniestrados y que algún empleado del ferrocarril había perdido su trabajo por su implicación en la desaparición de un objeto de mucho valor.

Según el escrito que hoy les estoy transcribiendo, los denunciados se vengaron por aquella declaración, porque pasado algún tiempo Félix Espejo fue detenido inesperadamente en Busdongo por un guardia ante la presencia del interventor de aquel tren y conducido sin esposar camino del cuartel. Sabiendo lo que le esperaba, en un descuido, viendo que un tren iniciaba su marcha, se lanzó bajo un coche cama y ganó el otro lado, huyendo por el monte ¿han oído ustedes hablar alguna vez de la Ley de fugas?

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