[Alfonso López Alfonso]

Cuando se recoge todo lo escrito por un autor, casi siempre hay muchas páginas crematísticas, muchas páginas que no tienen ningún interés más allá del puramente académico. Páginas que los propios autores suelen dejar fuera cuando se deciden a poner orden en su obra, agrupándola en forma de libro para intentar quitársela de las garras a ese animal insaciable que es el olvido. Estos cuentos completos de Carmen Laforet no son ninguna excepción. Ella, que no fue una autora precisamente prolífica, había salvado en total diez de los cuentos que podemos leer aquí -ocho que formaban parte del libro Los muertos y dos más que añadió en sus Obras completas-. Y la verdad es que la mayor parte de los que hoy seguimos leyendo con agrado, sin tener que hacer ningún esfuerzo arqueológico para trasladarnos a ese mundo pequeño, costroso, hambriento, miserable y ramplón que fue el de la posguerra, son precisamente los que ella misma agrupó en vida -más esa magnífica «Fuga tercera» y la revisión del mito de don Juan, en la que el burlador es burlado, que hace en la pieza que da título al conjunto- y que se corresponden con la segunda parte del libro.

Desde 1939, cuando era una jovencita de 17 años, Carmen Laforet va inventando cuentos. Varios están escritos en paralelo a Nada, la novela que la catapultó a los manuales de literatura, e incluso hay alguno -como «Sorpresa»- relacionado con la obra que le dio el premio «Nadal» en 1944, concretamente con el capítulo XVIII de la novela, en el que Andrea visita la casa de los Pons. Pero a partir de 1955 Carmen Laforet no volverá a escribir ningún cuento, lo que entendemos al leer el prólogo de Carme Riera, que nos informa de que hasta esa fecha la autora lo hizo porque necesitaba el dinero, y cita una carta de 1948 dirigida a María Dolores de la Fe en la que Laforet le dice a su amiga: «Bueno, te dejo porque voy a escribir un cuento... Es que necesito un termo para Cristina -su segunda hija, recién nacida-, y si no, ¿sabes?, no hay termo». Para Laforet el cuento era obra menor, puro entretenimiento para matar algunas horas mientras avanzaba con lentitud paquidérmica la próxima novela, o, también, una ayuda, una fuente de ingresos mientras fue necesario para la estabilidad familiar. Precisamente por eso muchos de sus mejores cuentos impactan con la frescura del buen oficio sacado adelante a vuela pluma.

La «Fuga tercera» es una carta de amor -a Ricardo Lezcano, de quien estaba enamorada por entonces- y un texto autobiográfico que nos cuenta con emoción, en muy pocas páginas, el viaje de la joven Carmen, quien deja la casa paterna en Las Palmas de Gran Canaria para irse a estudiar a su Barcelona natal. Es un hermoso trozo de vida: «¡No me importa nada ese después...! Todo en el mundo se paga y no quiero que sea pequeño el precio de esa inefable y azul locura que cuando se tienen 17 años representa cruzar el mar, sin permiso de nadie, para esperar el amor...».

Entre las escasas 230 páginas que ocupan los cuentos completos de Carmen Laforet hay muchas envejecidas, caducadas, incapaces de reponerse al paso del tiempo, pero lo importante es que también están aquéllas sobre las que se arman joyas como «La fotografía» o «El veraneo». «La fotografía» cuenta, con esa riqueza detallada propia del mejor costumbrismo -mezclada con cierto gusto experimental-, los sacrificios que una madre hace para conseguir un retrato de su hijo. Hay en este cuento una concisión y un ritmo chejovianos, y no se puede decir nada más elevado a favor de algo. En «El veraneo», un pedantuelo caradura que se cree un genio vuelve al pueblo para pasar unos días junto a su hermana -a la que indirectamente ha arruinado la vida-, pero cuando la realidad se le hace demasiado cristalina decide huir de nuevo hacia su cómoda e infecta covachuela de la capital, donde se siente un Sócrates entre sus amigotes de café.

Aunque únicamente fuera por descubrir estos dos diamantes, merecería la pena leer no sólo todos los cuentos que contiene «Carta a don Juan» -poco más de un par de decenas-, sino también cientos de ellos, todos los que fuera necesario.