Uno de esos escritores viajeros acaba de montar el escándalo al confesar que sus guías de viaje las escribía sin haber puesto un pie en los lugares exóticos descritos. Por lo visto, si te fiabas de él, emprendías camino hacia Katmandú y acababas en Baracaldo. Aunque la noticia llegó de USA o de por ahí, estuve unos días sin salir de casa, sobrecogido.

Muy a principios de los años ochenta, un hoy alto cargo público en ejercicio y un servidor andábamos pelados de pasta, caninos total. No recuerdo cómo, pero lo cierto es que engañamos a cierto sello editorial asegurándole que nadie más viajado y leído que nosotros dos pisaba suelo español. Tragado el anzuelo, se nos encargó escribir los datos prácticos del antiguo reino de León para un futuro atlas turístico. No había internet entonces, así que nos sentamos con un par de enciclopedias obsoletas y una enorme ignorancia sobre los lugares que habíamos de describir y donde nunca jamás habíamos estado. Aún tiemblo al recordarlo: «Oye, ¿y tú crees que este monumento seguirá en pie?», nos preguntábamos indecisos ante una vieja foto que reproducía unas ruinas de Toro o de Sahagún o de La Alberca. Decidimos tirar de teléfono. Llamábamos a alcaldes y concejales de Cultura de los ayuntamientos y les preguntábamos, prudentes y temerosos, si aquel arco otrora famoso, si aquel edificio histórico, si aquellos feraces campos que veíamos en las vetustas láminas continuaban tal cual? o existían siquiera. «Buenos días, señor Alcalde. Le llamamos de una editorial de Madrid. Estamos reuniendo datos para un atlas turístico de España. Aunque ya poseemos un amplio material documental sobre su ciudad, querríamos que usted, voz autorizada, nos señalese lo que a su juicio resulta más destacable de la misma», mentíamos mientras tachábamos un campanario que ya no estaba y añadíamos un museo que se acababa de inaugurar. Nuestro fraude debió de funcionar, pues se nos pagó y felicitó. No llegó a ver la luz tal atlas (el Señor protege la inocencia), pues la editorial resultó ser más fraudulenta que nosotros y se fue al carajo. Pero, ahora que ya prescribió el delito, lo confieso: aquellas páginas sobre las bellezas de Benavente, Vitigudino o Mansilla de las Mulas fueron escritas sin salir de un piso del barrio de los Dominicos en Oviedo y sus autores jamás las habían visto en directo. Ya puedo dormir tranquilo.

Lo traigo hoy aquí por ser época en que los alumnos no dejan de darme la brasa, contristados ante su incierto futuro laboral, tal y como si en el pasado todo hubiesen sido mieles y encontrar trabajo o trabajos no hubiera requerido constancia, esfuerzo, preparación? o astucia. Sépanlo: para ganar la vida, siempre fue preciso ganarse antes la vida.