Recupera Alfaguara una selección de los artículos escritos por Arturo Pérez-Reverte entre 2005 y 2009. Un tochazo de 625 páginas. Como tengo el honor de haber propagado y defendido en la tele de aquí (gracias al periodista Javier Cuervo, que quiso convertirme en estrella mediática hablando de libros en su programa «A saber») al señor académico cuando La tabla de Flandes, en 1990, en unos años en que era anatema hablar o escribir sobre él, pues se le despachaba con un «bah, un periodista de sucesos que escribe novelitas, nada de nada» o «bah, un reportero de guerra metido a escritor, ¿qué vas a esperar?»; como tengo el honor de haberle corregido una errata en una cita de Quevedo en la primera edición del primer Alatriste y que no me lo tomara a mal sino a muy bien; como es tan caballero que un día dejó un recado en el contestador de mi casa diciéndome que nunca lo hacía, pero que quería darme las gracias por una reseña a una novela suya; como un día me tuvo largo rato en el Muro gijonés alabando a mi perro y recordando uno suyo semejante, de la bendita raza de los «golden retrievers»; como todo esto, no puedo ni ser objetivo ni puñetera falta que hace. Iba a escribir «ni puta falta que hace» por acercarme más al estilo de escritura de Pérez-Reverte en sus artículos, tan conocidos por su estilo bronco, lleno de tacos y expresiones -ay, por Dios, qué vulgaridad- malsonantes, blanco de las iras hembristas, fachas, analfabetas y cavernarias, que a su autor se le dan una higa, pelado como está en trabajo a pie de calle, de oído fino para germanías, erudito hasta agobiar sobre héroes de una Historia de España que nos malcuentan los sucesivos planes de estudio (huy, perdón: currículos), francotirador a obús limpio de tecla contra lo que mucho que abomina. ¿Cómo no voy a recomendar Cuando éramos honrados mercenarios si lo políticamente correcto acecha y censura cada vez más, si gracias a los superventas de su autor han podido publicar mindundis estirados y flojeras en su misma editorial sin que la firma quebrase, si yo he puesto muchos de esos artículos para comentario de textos de mis alumnos y que supieran que se puede escribir sin el almidón puesto en el cerebro?

Me gusta mucho también otro periodista de los de a pie de conflicto, otro que no puede parar en casa. Es Jon Lee Anderson, del que Anagrama saca otra colección, El dictador, los demonios y otras crónicas, esta vez de reportajes o de crónicas, como ustedes quieran hilar de fino. Lo prologa Juan Villoro -una garantía, un respeto- y en cerca de 400 páginas va cercando a Fidel Castro (en diferentes épocas) y a Cuba, a Chávez, al País Vasco, a Pinochet, a Panamá, al Rey de España? Cercando quiere decir acercándose a ellos habiendo escuchado antes muchas y distintas voces al respecto. Es decir, escribiendo reportajes o crónicas: esto oí, esto escuché, vi estas cosas, miré estas otras, lo sumé quitándole los decimales irrelevantes y ahí lo sirvo en limpia prosa para que ustedes juzguen por sí mismos, si es que quieren, lectores, juzgar. Una guía, como casi todos los trabajos de Anderson, para explicar cómo deben afrontarse las cosas: conocimiento, reflexión y claridad expositiva.

Pero no demasiado conocimiento de las cosas, pues se puede incurrir en el pecado que comete la hoja de propaganda para prensa con que Suma de Letras acompaña a Libélula, un policiaco muy entretenido del periodista y viajero Enric Balasch. Sabiendo como sabe la editorial que hoy se va a salto de mata al dar información sobre libros, cuenta la novela? pero no se para hasta contarnos también el final, o sea, quiénes son los buenos, los malos y los regulares de la historia. Así que den gracias de no estar en la prensa y no recibir el dichoso papelito desvelando el misterio, pues saber que el sheriff es el asesino desluce mucho la cosa.