En la plenitud de su vida Lev Nikolaievich Tolstoi era un hombre cargado de contradicciones que sufría por culpa de los frecuentes dolores de muelas. Su relación con las mujeres nunca había dejado de ser tormentosa, y con el tiempo se convertiría en un anciano impermeable a los sentimientos familiares cuyos únicos ideales residían en el amor universal. Llegó un momento en que su familia eran los campesinos con los que pasaba horas y horas en los campos de la finca de Yasnaya Polyana. Cuando cumplió 82 años y llevaba más de la mitad de ellos casado, le dijo a su esposa, Sofía Andreyevna, que la castidad y el celibato eran los dos objetivos de una vida cristiana. Ella, enloquecida por la sospecha de que el mujik de largas barbas que tenía por marido, además de despreciarla, la había desheredado, le disparó tres veces en la sien con una pistola de fogueo.

El hastío conyugal y la sensación de riesgo le llevaron a tomar la decisión de abandonar la casa donde había nacido para no regresar, y eso fue lo que hizo sigilosamente el 28 de octubre de 1910. Dejó una carta de despedida conciliadora en la que rogaba que no investigasen su paradero. Más tarde, también por carta, le confesaría a su hija Sasha que quería liberarse de la mentira, la hipocresía y la maldad. Aparentemente, León Tolstoi no tenía otro plan que subir a un tren y alquilar una casa campesina en cualquier parte. Así estuvo dando tumbos hasta llegar, enfermo de neumonía, a la pequeña ciudad ferroviaria de Astapovo. Allí el jefe de estación le ofreció el lecho donde murió, el 14 de noviembre de 1910, cuarenta años después de que Anna Karénina, protagonista de la mejor de sus novelas, se arrojase a la vía del tren. «Anna c'est moi», parece decir Tolstoi emulando la identificación de Flaubert con Emma Bovary. Este año se cumple el centenario de la muerte del gran escritor ruso, uno de los grandes novelistas de la literatura universal.

Más allá de los encuentros de Anna con Vronsky en los andenes de las estaciones entre Moscú y San Petersburgo y del majestuoso final de Karénina, el tren es un personaje central de las novelas de León Tolstoi. Está en La muerte de Ivan Ilich y en la terrible confesión de celos de Sonata a Kreutzer. Cuando el escritor más que huir buscaba el final seguramente pensó una vez más en la carga simbólica del ferrocarril y en ese viaje que preludian las estaciones. Sabemos por lo que nos han contado que la de Yasnaya Polyana estaba llena de gente cuando se supo de la muerte del gran escritor. El tren, que traía de vuelta el cadáver, llegó con retraso y los curiosos, entre ellos los campesinos que tanto le querían, aguardaron pacientemente pese al gélido frío. Emocionados, al paso del féretro, entonaron Recuerdo eterno, el himno que tanto le gustaba a Lev Nicolaeivich.

Sus Diarios, escritos entre 1895 y 1910, nos permiten conocer el ánimo más íntimo de un hombre que prefirió que lo exaltasen como profeta antes que como escritor. De hecho, eligió llevar la vida de un campesino y convertirse en un precursor de Gandhi antes que seguir el camino trazado para un coloso, como él, de la literatura. El filósofo Martin Heidegger calificó La muerte de Ivan Ilich como el mejor retrato de la condición de humana. Nabokov tenía Anna Karénina como la gran novela de amor de todos los tiempos y Chejov escribió que con Tolstoi tenemos suficiente y no necesitamos apenas nada más.

Leon Tolstoi dejó patente en los diarios su latir en busca de la perfección, el ardiente deseo de hacer de la tierra un lugar más justo, aun contando que sus últimos días son los de un hombre desesperado, incapaz de conciliar el afán de mejora con las difíciles relaciones familiares. Sólo su hija Alexandra, «Sasha», le entiende. Pero nadie más. Su mujer rastrea enloquecida el paradero de un testamento que supuestamente el escritor ha cambiado para dejarla sin un céntimo. No comprende por qué su marido se ha alejado de ella y, pese a ser un noble, confraterniza de la manera que lo hace con los campesinos.

Cansado, llega el día en que decide dar el portazo y convertirse en protagonista de la novela de su vida. Alguien dijo en una ocasión que Tolstoi habría sido un gran personaje de Dostoievski.

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