Ifema, Arco, pabellón 10, pasillo E, área «Solo projects». Una gran pirámide de neveras cúbicas de porexpán de más de dos metros de altura se ha convertido -ya en la víspera de la apertura de la feria de arte que hoy, dicen que casi milagrosamente, abre por vigésima novena vez sus puertas en Madrid- en uno de los puntos calientes del certamen. Su autor, el puertorriqueño Michael D. Linares, tiene una clara explicación teórica para el fenómeno: «El alcohol es un gran lubricante social». La práctica demuestra inequívocamente su teoría. Decenas de visitantes, coleccionistas, curadores, periodistas y artistas de los que ayer adelantaron su visita antes de la barahúnda oficial asaltan las neveras, extraen una lata cerveza, la consumen en las bancadas anexas mientras reposan o conversan y luego devuelven el envase vacío a la pirámide, una pieza que su autor ubica entre «el posconceptual y el antiforma» y que al final de la jornada se ha convertido en algo muy distinto: una especie de pila de exvotos de metal arrugado donde incluso algunos de los coautores han dejado un dibujo o un expresivo «Gracias». Y quedan hasta dos mil latas.

El éxito de la pieza de Linares, que participa en «Solo projects» de la mano de la galería gijonesa ATM Contemporary/Altamira, traduce bien el del arte asturiano presente, al menos por la atención suscitada, en una edición precedida por una recia polémica entre galeristas y autoridad ferial y que los papeles anunciaban poco menos que terminal y apocalíptica. En un primer vistazo no fue para tanto, aunque haya síntomas claros de que la situación no es precisamente la más favorable para hacer negocios. Si no fuera por lo que en realidad significa, los pioneros de Arco 29 agradecieron una y otra vez el notabilísimo clarear de espacios que constituyó, sin duda, la «pieza» más comentada del día: como pasar del Gran Bazar a la Praça do Comerço en Lisboa, con lo que eso favorece la circulación y la recepción de las obras. Otros síntomas de cautela: mucha pintura, mucha fotografía, menos arte conceptual, menos instalaciones y ausencia casi absoluta de provocaciones ruidosas y escatología, con lo que los reporteros y los fotógrafos nos las veremos más pardas este año para encontrar la imagen más ruidosa (y normalmente inane) de la feria.

A falta de lo que digan los balances económicos al cierre del día 21, las dos representantes asturianas -la citada ATM y Espacio Líquido- suscitaron atención desde sus enclaves en el apartado Arco 40, que, superada ya la vergonzosa fase de gueto de hace un par de certámenes, sólo se distinguen de las grandes en su posición periférica en cada pabellón y en su menor superficie. Ambas se beneficiarán, sin duda, de sus buenas vecindades: el «Solo projects» de la primera es anexo al de Juana de Aizpuru, y Espacio Líquido tiene justo enfrente a Marlborough, uno de los enclaves siempre atestados de Arco.

Pero sería injusto dejarlo ahí, porque ambas galerías están en Madrid con una presencia mucho más que digna y recursos suficientes como para atraer el ojo, siempre hipersaturado en estos trances. Sobre el eje de un llamativo, pero al tiempo delicado, panel triangular ocupado por el suizo Ingo Giezendanner con sus puntillosos y exquisitos registros de viajero incansable -dibujos, papeles pintados, minúsculas videoinstalaciones- el asturiano Fernando Gutiérrez ha intervenido uno de los muros, transformándolo en un Lascaux en el que el sueño se hibrida con la pequeña tecnología. Completa el plantel la fotografía, con paisajes del medio rural modificado por la intervención humana del madrileño Gerardo Custance.

Respecto a ATM, es muy difícil resistirse a la masa explosiva de «kitsch», pop y pintura americana digerida por un festivo estómago caribeño que ha incrustado en el exterior de su «stand» Melvin Martínez, también puertorriqueño. En su interior, aguardan las poderosas y dramáticas fotografías de Ixone Sádaba, obras de la sobria serie «Black mountain», de Ángel Masip, y la incendiaria pintura de Jorge Nava.

El de las galerías no es el único hilo asturiano que seguir en Arco. Aparte de los muchos -muchísimos- artistas, algunos galeristas y algunos políticos de la tierra que deambularon por los pabellones, otros representados por su obra. Por ejemplo, en la prestigiosa galería Cayón velaba armas para su esperada doble inauguración de hoy en Madrid la escultura de Herminio, con una gran estructura y dos piezas de menor tamaño. Pelayo Ortega lucía un esplendente «Desierto del amor», restituido a su gran categoría en el costado más visible de Marlborough, y el gijonés Dionisio García aportaba varios de sus trabajos de tema social bajo falsilla arquitectónica en Max Estrella. Cánem lucía en todo su misterioso fulgor un gran lienzo de Manolo Rey-Fueyo y Guillermo de Osma guardaba como en una capilla de los milagros tres dibujos -uno geométrico, un toro y una rosa- del místico Luis Fernández. Y, para redondear, una visión asturiana inesperada: la de las cocinas de la Laboral, como fondo de la serie sobre Santa Teresa desarrollada por Marina Abramovic que se reparte en varias galerías.

Y -también desde Asturias- un toque verde para mostrar que Arco 29 no es el Apocalipsis: el de las cartelas de la Fundación María Cristina Masaveu indicando adquisiciones en lugar del clásico punto rojo. La fotografía está en el punto de mira de la entidad, que ha comprado obras a Aitor Ortiz, José Manuel Ballester y Ángel Marcos, una de las estrellas de esta edición.

Hoy el factor verde lo pondrán, sin duda, los Príncipes y las visitas institucionales de las autoridades regionales, encabezadas por la consejera de Cultura. La tarde será del magnetismo de Herminio.