El Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia acaba de estrenar un programa doble - La vida breve y Cavalleria rusticana- que impacta por su solidez y acertada coherencia interna. Ha sido una apuesta arriesgada a priori, pero saldada con un éxito rotundo muy centrado en el director de escena Giancarlo del Monaco, que ha sido capaz de dar la vuelta a las dos obras mediante un discurso unitario y elementos en común que impregnaban las tramas de un trazo naturalista que en ambas es latido pasional y arrebato.

Del Monaco es uno de esos directores de escena que justifican un viaje para ver sus nuevas propuestas. Independientemente de que acierte en mayor o menor grado, siempre deja ver un conocimiento profundo de las obras que aborda y, en el caso del repertorio italiano, esa sabiduría es minuciosa al extremo. Es, ante todo, un artista versátil. Cualquiera que haya podido comparar su realista versión de Andrea Chénier, recientemente representada en la Ópera de París y el Real de Madrid, con esta nueva creación en Valencia percibirá su amplitud de registros expresivos.

El acierto en La vida breve es significativo porque por fin se ha podido ver la obra de Manuel de Falla desprovista del topicazo y de cierta caspa que la ha acompañado en sus escasas puestas en escena. Se trata de un título irregular que comparte aciertos deslumbrantes con caídas de la tensión dramática que no son fáciles de resolver. Del Monaco optó por una versión desprejuiciada y desnuda a través de una lectura freudiana de la obra, canalizando de este modo un torrente de sexualidad y violencia de manera abrupta mostrando las aristas desgarradas del drama pasional. Es la suya una mirada capaz de sacar la fuerza que impulsa a los personajes sin otros aditamentos que los de la interpretación limpia y depurada desde la que manan incontenibles la furia y el arrebato. Para ello diseña una escenografía claustrofóbica, opresiva y los personajes se mueven con un hermoso vestuario de Jesús Ruiz, también al servicio del drama con una gama cromática cuidada al detalle. Sirve también para ello la versión musical rotunda y entregada de ese magnífico maestro que es Lorin Maazel.

Y al término de La vida breve el contrapunto llega con esa Cavalleria rusticana de Mascagni concebida en una cantera de mármol -esta producción obtuvo el premio lírico «Teatro Campoamor» en su estreno en el Real- y en la que anidan similares arrebatos y pasiones. En esta Cavalleria en blanco y negro la cegadora luz del sol sirve para exacerbar la historia sin tregua en un crescendo continuo que lleva inexorablemente a la tragedia. En ambos títulos, además de Maazel (que ralentizó demasiado los tempos en la partitura de Mascagni), se contó con magníficos intérpretes, entre ellos el tenor Jorge de León -tan querido en Oviedo y ahora en un momento vocal de excepción que puede llevarlo a la cima internacional- en intervenciones sobrecogedoras, una excepcional Cristina Gallardo-Domâs como Salud y un descubrimiento a tener muy en cuenta, el de la mezzosoprano María Luisa Corbacho, una voz que puede y debe dar mucho que hablar en los próximos años. El Palau de les Arts vuelve a dar en la diana y a exhibir una orquesta y un coro de una calidad muy difícil de encontrar, hoy por hoy, en nuestro país.