Hace unas semanas Gérard Mortier presentó con gran relevo mediático su primera temporada al frente del teatro Real de Madrid. El primer balance es muy favorable para el nuevo director artístico si se juzga la acogida que el público le brindó en su debut madrileño realizado en la propia sala del teatro. Se había generado tal presión previa que poco menos parecía que al frente del coliseo de la plaza de Oriente aterrizaba una especie de Lucifer dispuesto a fustigar el repertorio y a dar al tradicional público madrileño unos buenos latigazos de contemporaneidad.

Sin embargo, en esta primera temporada la nota más característica es el equilibrio. Hay estrenos, el gran repertorio del siglo XX y también el que podríamos denominar «de toda la vida». O sea que están programadas obras de Chaikovski, Richard Strauss, Gluck, Massenet, Mozart, Meyerbeer o Puccini. Como se puede comprobar autores totalmente insertos en el ámbito más convencional. Convivirán en cartel con obras menos programadas en Madrid como alguna de Graun, Weill, Britten, Szymanowski o Messiaen además del estreno de La página en blanco de Pilar Jurado.

Ahora sólo queda la espera para comprobar cómo va siendo aceptado cada proyecto y el conjunto de la temporada puesto que, a buen seguro, algunas propuestas escénicas levantarán polémica. Hecho este totalmente irrelevante en el contexto actual y que, a buen seguro, será muy bien rentabilizada por una personalidad tan curtida en estos asuntos como la de Mortier.

El director belga ha puesto, durante estos primeros meses de estancia en España, toda la carne en el asador para tratar de desactivar la fama de polemista que le precedía. Lo ha hecho de forma inteligente y, de hecho, muchas terminales mediáticas que atacaban su figura con furia de termitas hambrientas se han rendido mansamente a sus encantos.

Le va a tocar, eso sí, bregar en un contexto complicado con las inevitables reducciones presupuestarias a las que el Real se verá sometido si la tijera se aplica para todos con equidad y no con favoritismos políticos o territoriales. Deberá afrontar una fuerte contención del gasto en los próximos años. Tiene a su favor que cuenta con uno de los mejores equipos de profesionales que en un teatro europeo hoy se puede encontrar. Cada predecesor suyo ha conseguido asentarlos hasta forjar un bloque sólido del que todo el que llega al teatro habla maravillas. Se trata de un personal que adjunta eficacia y exquisito trato a los artistas, medios de comunicación y al público. Es, sin duda, una magnífica plataforma para que su trabajo pueda desarrollarse con absoluta libertad. En su primer encuentro con el público, Mortier defendió con la pasión por la ópera, entendiendo el género con amplitud de miras, con la curiosidad de explorar nuevos territorios y no quedarse en el conformismo de lo ya conocido. Su presencia entre nosotros va a marcar, sin duda, la evolución de la lírica en España en los próximos años. Y me barrunto que, pese a las polvaredas más o menos interesadas que se puedan levantar puntualmente, para mejor.