Da la impresión de que el sentido de lo iniciático es el eje conceptual sobre el que gira siempre la creación artística de Adolfo Manzano, ese escultor quirosano asentado en las Caldas al que la admiración que su obra despierta en la crítica y en los aficionados al arte, en Asturias y fuera de Asturias, no parece perturbar ni alterar su condición y ritmo vital de cercano profesor de arte y apacible lugareño.

Siempre viene a ser la obra de Adolfo Manzano un viaje hacia el interior en busca de nuevas experiencias sobre sí mismo y su entorno. Y eso ya desde que, hace tanto tiempo, creara aquel laberinto-instalación -«Ocupación» se llamaba- que era «como un guapu parapetu dende'l que llantase a suañar con coses diferentes», en sus palabras, o los aperos de labranza, recreación de los de su entorno campesino, aunque insistiera en que le interesaban más por su estética que por el concepto. Y parecidas claves para las obras del refinado reino blanco y frío de la parafina, los platos, las columnas como evocación de edificio de la altura de su cuerpo como canon, o la reflexión sobre la casa, en parafina, mármol blanco o madera como territorio o frontera, como morada espiritual.

Sumando siempre imaginación artística a la memoria para crear lo que una vez llamó la «coreografía del tránsito» por territorio propio, rehaciendo el camino por lugares de pensamiento y ensueño. Vivencias, subjetividad, intimidad, dimensión simbólica y en cierta manera ritualista; una personal mitología en la grieta entre el arte y la vida.

Y ahora, «Pequeñas nubes en el cielo; en el jardín, susurros», que así se titula la presente exposición. El jardín, «su jardín» como motivo para la evocación poética de las sensaciones y emociones experimentadas en ese reducto de íntima naturaleza, quizá durante largo tiempo registradas sólo en el subconsciente, sin apenas reparar en ellas dentro de la rutinaria convivencia diaria con el entorno; hasta que de pronto un buen día se hacen presentes con toda rotundidad y evidencia, como en una revelación, y el artista siente la necesidad de expresar en su obra esa nostálgica emoción que ahora siente al contemplar el jardín con ojos nuevos.

Y así es como Adolfo Manzano emprende un nuevo camino iniciático que pronto se traduce en una serie de piezas de escultura, ahora instaladas en la galería más como itinerario sentimental que como instalación, con estaciones en las que evocar visiones, sonidos, susurros del viento o del agua. Piezas en madera, cuya carnalidad y cercanía con lo humano propician una mayor implicación física, en admirable complicidad entre forma y contenido que confiere a las obras su sentido temático, claro que no con la evidencia ramplona de la anécdota sino con la sutilidad estética de la metáfora, con despojamientos y recursos creativos que las dotan de verdadera dimensión artística. Dibujos de pared delicadamente expresivos completan la ilusión de las percepciones trasmitidas por las esculturas, de concepción constructiva pero trasfondos que, en la posmodernidad, pueden hacer guiños a lo surreal, lo minimal, incluso lo naturalista, desde la pulcritud, la calidad formal y el acabado que caracterizan a este artista. El canto del pájaro, el ondear de la ropa tendida, el susurro de la fuente, el juguete roto, la planta que germina, la visión del paisaje y la luz, siempre la luz, nos transportan al idealizado jardín de Adolfo Manzano.

Adolfo Manzano. Escultura-Instalación.

Galería Guillermina Caicoya, Oviedo.

Hasta el 19 de octubre.