Poeta gijonés

El poeta Alejandro Céspedes (Gijón, 1958) uno de los autores asturianos más premiados, regresa mañana a su ciudad para ofrecer una lectura de su obra en el gijonés Antiguo Instituto (8 de la tarde). Licenciado en Filosofía, director de escena, en esta entrevista repasa su trayectoria lírica y explica algunas de las claves de sus nuevos trabajos.

-En el año 2008, publica Sobre andamios de humo, donde reúne y reescribe sus libros anteriores hasta Hay un ciego bailando en el andén. Veo en esa suma de casi tres décadas de labor poética el final de un ciclo y el anuncio de otro, aunque en el último de los libros citados hay ya indicadores del nuevo camino. Pienso en el texto «Podría ser el mar?».

-Ha tenido que hacer una lectura muy atenta para darse cuenta precisamente de que ese poema era la puerta que iba a abrir. Y no lo digo porque aparezca la palabra «coches», sino porque creo que ese poema anticipa una forma de escritura en la que estoy tanteando desde entonces y que se manifiesta por entero en el libro que escribo.

-Entre Hay un ciego bailando en el andén, editado en 1998, y Sobre andamios de humo pasaron diez años en los que usted no publica. ¿Fue un tiempo de búsqueda y exploración o, simplemente, dejó de escribir?

-Fue más un tiempo de decepción con lo poético. Después de tantos años y tantos libros sigo pensando que Hay un ciego? es el mejor libro que he escrito. Hacerse consciente de eso cierra muchas puertas cuando uno vuelve a enfrentarse a la escritura. Como lector me entristece ver que algunos poetas siguen escribiendo igual que hace 20 años, copiándose a sí mismos. Parece que ningún cambio hubiese ocurrido en su interior: la misma forma de mirar, el mismo enfoque. Como escritor no quiero que me pase. Durante los diez años posteriores a Hay un ciego? escribí mucho, pero estuve siempre aislado del mundillo poético. Estos dos libros que ya se han publicado y uno más que falta por salir son los frutos de ese proceso de indagación.

-La publicación de Los círculos concéntricos supone una cierta ruptura con su obra anterior. Mantiene su fidelidad al tono narrativo, cierta amargura que atraviesa toda su obra, pero el tratamiento de la persona que dice el poema es más complejo. Los rastros autobiográficos de aquella primera etapa dejan paso a otro tipo de composición en la que realidad y ficción se abrazan. No sé si esta de acuerdo.

-Totalmente. El poema es un artefacto y uno de los artificios al que renuncié de forma radical tras Hay un ciego? es a la utilización de un yo confesional para explicar mi mundo. Impone demasiadas limitaciones al discurso. Es cierto que la protagonista de Los círculos concéntricos se expresa a través de un yo que adopta el tono confesional durante la primera mitad del libro, pero la creación de un personaje -como es el caso- teatral, dramático, modifica y amplifica el punto de vista del autor. Las posibilidades son enormes.

-Es una ruptura que prosigue en Flores en la cuneta, su último libro hasta la fecha, en el que la voz del poema puede ser incluso la de un muerto, como en «Cuando sueñas, ¿qué coche conduces?».

-Tiene razón, pero yo creo que, más que ruptura, en Flores... todavía hay indagación, búsqueda de direcciones. Creo que la ruptura más clara está en mi nuevo libro. Una de las cosas que más fascinación me produce es la posibilidad de la poesía para dar cobijo a personajes distintos, y al autor para desarrollarlos. En Flores en la cuneta esto ocurre casi en cada poema. En ese libro se dan casi todas las posibilidades de la voz y de sus tonos. Está en él incluso lo sarcástico. Me resulta curioso escuchar ciertos comentarios sobre el libro, incluso de algún poeta, que no han ido más allá de la lectura superficial, es decir, del artificio utilizado. Se han quedado en lo accesorio, en el accidente de tráfico. Este es un ejemplo de lo que decía antes. La poesía puede utilizar cualquier vehículo para manifestarse. El artefacto de este libro es la carretera, pero en realidad se habla de la muerte, de la vida, del destino, de la ausencia, del dolor, del tiempo. Técnicamente el libro está construido de una forma compleja: diversidad de voces y tonos, composición coral, desdibujación del sujeto poético?

-En Flores en la cuneta, en el que los títulos de los poemas están sacados de anuncios publicitarios, hay una poderosa contraposición entre las realidades que ofrece nuestro capitalismo espectacular y la realidad más cotidiana y aplastante, la de la muerte en la carretera. Es como si el «yo» cernudiano de su primera poesía hubiera encontrado un «nosotros» sufriente con el que usted empieza a identificarse.

-Sí y no. Me explico. El libro no adopta en ningún momento una posición moral. Cuenta hechos: ocurren y la elaboración de los mismos depende de los personajes-sujetos que los sufren. El autor se sitúa tangencialmente a ellos. Puede verlos pero no juzgarlos. Esa postura neutral, sin implicación, es la que me permite salir indemne de la metralla de la moralina.

-Persiste, sin embargo, la voluntad de hacer libros cerrados, muy orgánicos, en los que la obsesión por un solo tema se despliega como un abanico que tratara de mostrar todas las imágenes para poder entender cabalmente el libro.

-Sí, claro, todos somos esclavos de unas cuantas imágenes que nos acompañan de manera obsesiva. Me interesan mucho los libros de poesía orgánicos, temáticos. He comprobado que tienen una lectura más «interesante» y el proceso de su escritura también se convierte para mí en un hecho mucho más seductor. Se logra con ellos una especie de corriente subtextual que va añadiendo adherencias a cada nuevo poema que se lee. La lectura crece acumulativamente creando un sedimento emocional que enriquece el siguiente poema. Pretendo que la lectura produzca una forma de cognición gestáltica. Esta forma de escribir también acarrea sus peligros. A veces algún poema sacado de su contexto puede resultar un poema fallido. La idea de los libros orgánicos ha ido creciendo en mí de un modo casi natural, aunque todos, desde el primero (James Dean, amor que me prohíbes), han sido temáticos. Creo que también tiene que ver con mi personal modo de escribir, más parecido al de los narradores que al de los poetas. Yo necesito un tema sobre el que ponerme a trabajar.

-Pese a que estos dos últimos libros están compuestos por poemas dispuestos como prosa, con la inclusión de algún caligrama, mantiene cierto rigor métrico (endecasílabos, heptasílabos?) en muchos tramos. Es como si no acabara de sacudirse el temor a perder el apoyo de los ritmos más usuales de la poesía española.

-Esto es un problema serio para mí. Intento desprenderme del sonsonete desde que empecé a escribir Hay un ciego?, pero tengo ese ritmo metido en mi cerebro como un software. A veces me doy cuenta de que estoy hablando en esa métrica. Desde entonces tengo una lucha constante por deconstruir el endecasílabo. No es que le tenga una especial manía, es muy eufónico para nuestros oídos, pero es que ya no me sirve. Y de lo que no se dan cuanta muchos es que no sirve para todo. En cualquier caso tampoco me convence lo contrario. Esa obsesión actual por huir del ritmo tampoco me convence. En algunos casos de la joven poesía uno parece estar leyendo una mala traducción. Ni uno ni otro. Cada libro necesita su tempo, su música callada. El poeta tiene que saber cuál le conviene.

-¿En qué medida su trabajo como director escénico ha influido en su labor poética? Le he escuchado en alguna ocasión que no cree para nada en el poema como texto producto de ese estado que llamamos inspiración.

-Nunca lo he creído a pesar de que muchos de mis amigos poetas lo sigue defendiendo. No creo en la iluminación. Supongo que lo que ellos llaman iluminación es lo que yo llamo acertar después de estar trabajando muchas horas, y lo explica perfectamente la fisiología del cerebro. He dicho antes que entiendo la escritura como un artefacto, todo arte es un artificio, y como tal es preciso levantarlo, construirlo. El teatro me ha influido extraordinariamente. Muchas veces establezco la comparación entre el teatro, la poesía y la jardinería. Todas ellas construyen espacios sensoriales. Construir una escenografía o un personaje no difiere mucho de construir un poema. Todos ellos, siendo falsos, ficticios, necesitan ser percibidos como verdaderos.

-Algunos críticos han emparentado sus dos últimos libros con una cierta «nueva objetividad». No sé si comparte esa opinión.

-Como escritor me aburre estar escribiendo siempre sobre lo mismo. Necesito nuevos espacios escénicos, nuevos personajes, pero estoy tanteando, no tengo conciencia de haber encontrado, sino únicamente de estar transitando caminos que no sé a dónde llevan. Ahora estoy en ese proceso de indagación, tengo un libro prácticamente terminado en el que reflexiono sobre el soporte, el sujeto, el lector y sus relaciones sobre el texto. Creo, sólo creo, que estoy intentando profundizar en eso de «la nueva objetividad».