La biografía persigue a Aleksandar Hemon hasta las páginas de sus libros de ficción. El escritor bosnio americano participaba en un programa de intercambio de periodistas jóvenes en Estados Unidos cuando el estallido de la guerra en los Balcanes de 1992 lo obligó a quedarse en Chicago. A pesar de que aterrizó con los conocimientos de inglés de un turista, en 1995 ya había escrito su primer relato en ese idioma y empezaba a convertirse en un habitual del «New Yorker». Pronto, los lectores empezaron a compararlo nada menos que con Conrad y Nabokov. Los símiles son a veces odiosos y quizás éste resulte una exageración, pero su llegada tardía a la lengua adoptiva parece haber dotado a Hemon de esa capacidad para evocar frases asombrosamente hermosas que tenían tanto el polaco como el ruso, dos de los más grandes escritores en inglés de todos los tiempos.

En el párrafo final de Todo, una de las piezas que se enlazan en Amor y obstáculos, su última novela fragmentaria sobre un joven bosnio -él mismo- y su peripecia, escribe: «El congelador llegó a los diecisiete días; lo llenamos hasta los topes, ternera y cerdo, cordero y buey, pollo y pimientos. Cuando en la primavera de 1992 estalló la guerra y en Sarajevo cortaron la electricidad, todo lo que estaba en el congelador se descongeló y se pudrió en menos de una semana y finalmente pereció».

Creo que fue T. S. Eliot quien escribió que una de las ventajas de aprender bien una segunda lengua es que con ella se adquiera una personalidad complementaria. Sólo que en el caso de Hemon el doble es como si hubiera quedado en Sarajevo; el auténtico, el de Chicago, es un escritor deslumbrante. Lo dejó entrever con su primera novela, El hombre de ninguna parte, y lo demostró con El proyecto Lázaro, finalista de los premios nacionales del Libro y de la Crítica, traducida y publicada en España por Duomo, la editorial que ahora se encarga de lanzar este relato fragmentado de una vida que es Amor y obstáculos. En él Hemon es un escritor bosnio, Bogdan, que ha vivido en Chicago desde la víspera del conflicto de los Balcanes. La mayor parte de las historias abarcan parcelas de sus recuerdos de la juventud en Bosnia y de la vida en América, y un retazo temprano de África, Escalera al cielo, sobre el verano de un adolescente en Kinshasa, que escucha a Led Zeppelin y lee a Rimbaud. Escalera al cielo en inglés es Stairway to heaven, el título de la canción más famosa del grupo británico. Así, de una manera tan prometedora, comienzan la narración y el libro: «Era una noche africana perfecta, directamente sacada de Conrad: la humedad convertía la atmósfera en algo pegajoso e inmóvil; la noche olía a carne quemada y fecundidad; la oscuridad exterior era vasta e impenetrable».

El adolescente que escuchaba a «Led Zeppelin» en Zaire cumple después 17 años y es enviado en tren desde Sarajevo a la ciudad eslovena de Murska Sobota para comprar el arcón congelador que su familia necesita y donde más tarde perecerá la carne. Cuando ruge la guerra, el niño se ha convertido en un hombre, es ya un inmigrante en Chicago que sobrevive mediante la venta de suscripciones de revistas puerta a puerta. Luego se convierte en un aspirante a escritor que encuentra en Iowa City al poeta más célebre de Bosnia, que ahora vive en el exilio, solo y borracho. ¿Es la vida del autor del libro la que pasa por delante de los ojos del lector? Hemon no lo cuenta, pero nos permite adentrarnos en el juego de identidades.

La primera vez que leí algo de Aleksandar Hemon fueron unos cuentos publicados en Anagrama bajo el título La cuestión de Bruno. En ellos ya entrelazaba los episodios de su vida o quizá los de Bogdan. Fluía el sentido de culpabilidad del joven bosnio, alejado de los suyos, que siente el estallido de una guerra estando fuera de su país y que decide refugiarse en su lengua adoptiva, su nueva personalidad. Hasta perfeccionarla.