En uno de los episodios de Mildred Pierce, la abnegada madre del título persigue con insistencia impertinente al maestro Treviso -un músico notable que da clases de canto a la endemoniada Veda, hija de Mildred- con el fin aparente de pagarle las sesiones docentes y el fin real de que la jovencita retorne al hogar. El hombre se disculpa cortés, rechaza el ofrecimiento, quiere dar por finalizada la conversación, alega prisa por una cita inexcusable; sin embargo, como no consigue quitarse de encima a la mamá, desvela el misterio de su negativa mediante un ejemplo. Explica Treviso que hay serpientes de extraña y gran belleza y originalidad en el zoo, ejemplares únicos; la gente paga su entrada, va a verlas? pero no se le ocurre llevárselas a casa, porque en casa aquellos animales únicos pueden darle a uno un mordisco letal. Viene a decirle a Mildred que su hijita del alma, la crudelísima Veda, está bien alejada de ella y que la propia madre haría muy bien en mantenerse a su vez alejada del pequeño monstruo. He aquí la clave del asunto: incubas un ser abominable y, a pesar de todas las evidencias, no eres capaz de mantener distancia con él, de apartarlo de ti: te roerá las entrañas, te morderá como una serpiente, pero has proyectado tanto en ese ser que te volverás incapaz de borrarlo de tu vida para seguir adelante.

Ese es el asunto o, mejor, uno de los asuntos, de Mildred Pierce, la novela del estadounidense James M. Cain (1892-1977) que fue llevada al cine por Michael Curtiz (el director de Casablanca) y que en España se vio bajo el tremendo título de Alma en suplicio, aunque el Abnegación de mujer argentino también se las trae. Hacía de madre Joan Crawford, con esa mandíbula suya que se salía de la pantalla, y de hijita, la soprano Ann Blyth. Ahora, sesenta años después, el canal HBO (el de Los Soprano y The wire) retoma ese dramón, le cambia la cara, sustituye algunas licencias de Curtiz y del propio Cain por ocurrencias propias, y la lanza en Estados Unidos, próximamente en España, con las habituales críticas encomiásticas, con el propósito de arrasar en las audiencias. Qué suerte tuvo el novelista James M. Cain con la pantalla o las pantallas: la misma que no le sonrió con las novelas de sus últimos treinta años de vida como escritor, pues tal parece que agotara su genio y su ingenio a mediados de los 40 del pasado siglo. Su Double Indemnity (aquí la vimos como Perdición) la llevó a la pantalla Billy Wilder, pónganse todos en posición de firmes. El cartero siempre llama dos veces triunfó en sus dos versiones. Y no digo que a partir de entonces Cain escribiese petardos, pero ya nunca fue lo mismo.

La HBO nos da en cinco episodios de una hora o una hora y algo la historia de la madre (Kate Winslet, con quien la cámara se obsesiona y no la deja ni un segundo), que vive de vender pasteles y tartas por el vecindario y que larga de casa a su marido (quien, luego, será su más fiel consejero) arruinado por la Depresión de 1929. Queda al cuidado de sus dos hijas, nada puede hacer para que a la más pequeña se la lleva una neumonía, y centra todo su afán en que la restante, Veda (Evan Rachel Wood, a quien deberían haberle dado más planos, por favor, que es la mala) triunfe. Alienta sus estudios de piano, trabaja de camarera, va creciendo en los negocios que emprende, tiene un amante esporádico al que usa y por el que se verá traicionada, se hace definitivamente rica y se lía con un caradura, vividor y presunto noble español, que es el inefable Monty Beragon, interpretado muy bien por Guy Pearce (el de Memento). Pero nada de la abnegación materna vale a Veda: la niña desprecia la grasa, el ambiente de barrio en que crece, todo lo que huela a pobreza. Así, va urdiendo su venganza contra mamá Mildred, su tira y afloja, su «te quiero, madre» con los «te odio, madre, a ti y a todo lo que significas». Expulsada de la casa materna, con el arrepentimiento casi instantáneo de Mildred, llega a ser una notable soprano («de coloratura», insistirá Treviso) y, como diría un clásico, los acontecimientos se precipitan. Mildred comienza a gastar en la nena más de lo que tiene; se amenaza ruina; que Monty tabaje o haga algo es cosa que ni está ni se la espera? y es el momento de que Veda le dé a Mildred donde más puede dolerle y que es donde el espectador de la serie o el lector de la novela verá, que no voy a revelarlo aquí.

Me decía el novelista Juan Francisco Ferré que Midred Pierce era la mejor serie de televisión que se iba a ver en España, porque contaba la historia de modo realista y no en forma de relato negro, criminal, como se ha venido haciendo. Así es: no hay asesinatos. Así es también que la señorita Winslet lo hace divinamente y muy bien los secundarios. Así es también que se ve sin que canse. Pero echo mucho de menos la riqueza de Cain o las exageraciones de Curtiz. La HBO ha acabado haciendo un dramón o, si se quiere, un melodramón, muy poco trabajado en cuanto a ver cómo crece el mostruo dentro del personaje Veda, imbécil, cursi y torturable, más mala en Cain y Curtiz que el peor rufián de género. Está filmada a mayor gloria de los tormentos que sufre Mildred-Winslet, con poca cancha al espacio que el Mal debería, creo, ocupar en la serie. Veremos cómo se recibe aquí.