Lo que sigue es un montón de libros que podrían ocupar horas de lectura de este verano. No se trata de una elección meditada, sino de simples sugerencias sin la ambición siquiera de completar otros reseñados en la serie de artículos de la temporada que ahora concluye. Y por si al lector le sirve de alguna ayuda.

Los que tengan la tentación de entretenerse con la vida de los demás y les interese lo que pueda contar Luis Racionero no deberían dejar de leer Memorias de un liberal psicodélico. El autor narra, con la pasión y el amor por el detalle que le caracteriza, su experiencia cultural y política en la segunda mitad del siglo XX. Del paso lisérgico por la Universidad de Berkeley, cuna del movimiento contracultural americano, a su colaboración estrecha con Aznar. Sus recuerdos de la Barcelona de la gauche divine, su inmersión en las filosofías orientales, los años en la masía del Ampurdán, Pla y Dalí, la estancia en Cambridge como by-fellow y la última pulsión aznarista desembocan en una reafirmación gozosa de la existencia propia. Como el mismo Racionero subraya, de aquéllas que persiguen «el inmortal anhelo» pendientes de la revolución espiritual pero abrazando el capitalismo liberal, para él el único modelo de organización social que permite mejorar el nivel de vida de todos. O para decirlo con otras palabras, el menos malo de los que se conocen si se trata de compararlo con otros. Las memorias psicodélicas de Racionero arrancan más de una sonrisa y por diferentes motivos.

También invita a la sonrisa, aunque por razones distintas, A 40 kilómetros del Pacífico y a 30 de Charles Chaplin, resumen ingenioso y humorístico de la estancia como guionista de Enrique Jardiel Poncela en Hollywood que le sirve, entre otras cosas, para regalarnos una estupenda postal que se completa con otros lugares de Estados Unidos, Nueva York, Chicago... O para que sepamos, por ejemplo, que el sepulcro de Washington en Washington no lo ha ocupado jamás Washington, o que en la meca del cine, en el tiempo en que Jardiel estuvo allí, era costumbre pasar el fin de semana en un desierto que se halla a sesenta kilómetros, donde va tanta gente que «los domingos no se puede dar un paso por el desierto». ¿Se siguen llevando los fines de semana desérticos en Hollywood? No lo sé, pero tampoco voy a hacer nada por averiguarlo. Gracias, Jardiel.

El género memorialístico no se acaba. En Diario de la Amazonía está la información complementaria que el lector necesita si lo que quiere es bucear en la personalidad del diplomático nacionalista irlandés Roger Casement, personaje de la última novela publicada de Mario Vargas Llosa. Casement, que denunció las atrocidades cometidas por Leopoldo II de Bélgica en el Congo y que investigó los crímenes del Putumayo, cuenta en sus diarios las dificultades que encuentra a su paso para desarticular el mal en el territorio amazónico. La cuidada edición, a cargo de Angus Mitchell, rehabilita, décadas más tarde, la figura de un defensor de los derechos humanos que acabó ejecutado por delito de alta traición y con la imagen ensuciada por sus enemigos, que se empeñaron en calumniarlo para intentar doblegar sus firmes convicciones.

Más refrescante es la crónica sentimental italiana del periodista Arturo San Agustín Sapore di Sale, titulada como la popular canción de Gino Paoli, que prologa y también protagoniza su amigo Joan Manuel Serrat. San Agustín describe el paisaje y el paisanaje de Cinque Terre: los amigos, los barcos de pesca, la fragancia del jazmín, las olas contra las rocas del golfo, y sobre todo el vino: el popular Sciacchetrà de esta tierra ligur.

El arte de no decir la verdad, del joven periodista polaco afincado en Berlín Adam Soboczynski, se lee con auténtico placer. Incluye un tratado breve e inteligente para moverse por un mundo «donde acechan las trampas y reinan las intrigas», como él mismo se encarga de advertir. En 33 episodios, Soboczynski destripa el fingimiento humano con impagable sentido del humor: la hipocresía que tanto dice detestar Mourinho. El resultado es inmejorable sea cual sea el gusto del lector: de él se puede extraer una lección crítica de la sociedad o el manual para desenvolverse en ella. Eso sí, como un perfecto imbécil.

El suizo Martin Suter no es, desde luego, John Banville, pero me ha hecho pasar más de un buen rato leyendo El cocinero, una novela que tiene como principales ingredientes la cocina, el sexo y el dinero, que eran para Lord Northcliffe, aquel magnate británico pionero de la prensa amarillista, los tres asuntos más interesantes para los lectores de periódicos. Probablemente también de libros. El cocinero puede abrir el apetito para seguir con El último Weynfeldt, una intriga del mismo autor que ha publicado recientemente Anagrama y que las solapas hacen heredera de las novelas de Patricia Highsmith y Ruth Rendell.

Si hay un escritor en Francia del que merece la pena ocuparse es Emmanuel Carrère, autor de De vidas ajenas, una novela que ha recibido elogios unánimes de la prensa cultural en el país vecino. Una historia de amor, con una profunda carga literaria, tan conmovedora como bien escrita. Con unas páginas más, cosa que no necesita, podría haber competido en el siglo XIX con algunos de los mejores romans. Un éxito de crítica similar a De vidas ajenas lo tuvo en Italia Sobre la felicidad a ultranza, la primera y bellísima novela de Ugo Cornia, autor que rescata Periférica. Un relato que desprende vida y sentimientos partiendo de la muerte de un familiar: «Inevitablemente, y como creo que cualquiera menos yo hubiera podido esperarse, el 23 de enero de 1993 murió mi tía». Así empieza.

Lumen ha recuperado en castellano Los viejos demonios, la novela más alabada de Kingsley Amis, padre de Martin Amis, para quienes hayan llegado algo tarde a la buena literatura británica. Más que ácida es corrosiva, como todo lo de aquel hombre manifiestamente mejorable. La leí en su tiempo con fascinación y pienso volver a releerla ahora. Gales, la amistad y los viejos demonios salen al paso en un relato tan despiadado como hilarante.

No hay verano sin detectives. Así que ahí van tres, todos ellos italianos. El giallo está de moda. Un clásico, Montalbano, de Andrea Camilleri, vuelve en El campo del alfarero: un cadáver y la mafia como telón de fondo. Otro que va camino de serlo, si no lo es ya, el paciente e intuitivo comisario veneciano Brunetti en la nueva intriga de Donna Leon Testamento mortal. También el encantador comisario Bordelli, protagonista de Muerte en Florencia, última entrega de la serie de Marco Vichi y digno de ocupar un lugar preferente en la casta negrocriminal.

Para la abundante tribu futbolera y con el fin de saciar el hambre hasta mediados de agosto, dos lecturas ineludibles. A mí el pelotón, clásico reeditado del periodista Patxo Unzueta, que conoce como nadie a su Athletic del alma, es una de las mejores crónicas sobre el fútbol que he leído. Y El fútbol tiene música, del polifacético José Antonio Martín Otín Petón, demasiado musical para mi gusto, pero con alguna que otra entrañable historia sobre el juego y sus protagonistas.

Por último y para que no falte de nada: un tebeo o novela gráfica, como se dice ahora. Se trata de Agencia de viajes Lemming, del portugués José Carlos Fernandes, que edita Astiberri, una muestra del talento y la ironía del autor basada en las historietas publicadas en el «Diário de Notícias» de Lisboa. Incluye destinos turísticos imaginarios que a veces resultan familiares y otras hasta inhóspitos. Por si alguien no sabe adónde ir ni dónde meterse.