La habitual broma solía surgir al terminar la tarde, en la casa de Juan Benet, en la calle Pisuerga, 7, de la Colonia del Viso madrileña, primeros de los 80 del pasado siglo. Podría lanzarla cualquiera de los contertulios: la iniciaría el socarrón Juan García Hortelano, el fino Félix de Azúa, el perfeccionista Javier Marías, los novísimos Martínez Sarrión y Molina Foix, el disimulante Eduardo Chamorro, no sé si la historiadora Natacha Seseña, la enérgica Rosa Regás, el luego expulsado Álvaro Pombo, el editor Jaime Salinas? el caso es que concluía con los tres versos de rigor: «¡Maldición -dijo el cartero, tres libros de Juan Benet y estamos a seis de enero!» Han pasado treinta años, el oficiante de aquellas tertulias murió en 1993 (en esa misma casa) y, sin embargo, podemos volver a maldecir, ya sin rima, con el empleado de Correos: tres libros de Juan Benet y aún apenas está comenzando la nueva temporada literaria 2011-2012.

Ficción en prosa (las Variaciones sobre un tema romántico); una recopilación de ensayos, artículos y otras curiosidades (a cargo del último gran crítico, Ignacio Echevarría) como son los Escritos de incertidumbre; y, por fin, las cartas, postales, telegramas y dibujos que se cruzaron a lo largo de los años «Calila» Martín Gaite y JB. Los hijos de Benet, herederos de su legado, siguen felizmente empeñados en que don Juan se mantenga presente en las librerías (las pocas, indispensable y heroicas que quedan): bien con reedición de sus obras principales, bien con el alumbramiento de inéditos, caso ahora de la citada correspondencia, caso también de las Variaciones?, de las que solamente se conocía «Amor vacui», incluida en la antología Una tumba y otros relatos que el premio «Príncipe de Asturias» 1989 Ricardo Gullón preparó para que el sello Taurus la editase en 1981. Ojo también, para bibliófilos y para cualquiera que desee ordenar un poco este tráfico benetiano: en noviembre de 1982, el propio Juan Benet reunió para la editorial Ariel una colección de artículos que se tituló Sobre la incertidumbre y que no es el que sale ahora. Quién lo iba a decir: Benet regresa, y aunque lo publicado por él en vida está recogido en la bibliografía de mi libro y tesis Una meditación sobre Juan Benet, de 1997, los aportes póstumos crecen en forma de recopilaciones, antologías, selecciones y algunos inéditos que, si bien nada de reseñable novedad aportan a una obra ya hecha y bien cerrada por su autor, perpetúan que nos sigamos haciendo cruces sobre cómo JB encontraba tiempo para tertuliar, levantar embalses, túneles, puentes y carreteras en su trabajo como ingeniero, escribir tantísimo, pintar? e ir formándose su legendaria imagen, que a nadie dejaba indiferente: bien para ponerlo a caldo (altivo, ilegible, plomizo, intratable, cínico?), bien para saludarlo como el mejor escritor español de la segunda mitad del XX y un guía intelectual de talla inencontrable en aquellos y en estos tiempos.

Así pues, surge la eterna pregunta para animar sobremesas: ¿habría sido mejor, por parte de sus herederos, dejar las cosas como Benet las dejó, o sea, no editar más que lo que JB editó en vida, salvo, eso sí, reediciones para mantenerlo accesible? O, por el contrario, ¿está bien haber encargado a expertos cercanos que ordenasen y fuesen sacando a la luz las carpetas póstumas benetianas, donde tanto había y aún hay, como me consta? ¿Es la versión de las Variaciones sobre un tema romántico que ahora se publica la que Benet hubiese aprobado, pues el original benetiano aún presenta tachaduras, dudas, indecisiones, según me consta también? ¿Es la obra de un escritor la que publicó en vida o también la que dejó archivada para mejores tiempos y aquella en la que aún trabajaba? Venga, pues: ya hay tema ocioso para discutir los ociosos, pues lo del sexo de los ángeles por fin lo dirimió Umberto Eco.

Ramón, Nicolás, Juana y Eugenio (los hijos de Benet) han decidido responder con libros (y como tales libros ya están en las librerías, esa es la realidad, y lo demás, opiniones sobre la realidad) a los furibundos ataques que su padre ha sufrido tras su muerte por parte de quienes cuando vivía ni soñaban hacerlo, temiendo la lengua y la pluma benetianas, y por parte asimismo de algunos jóvenes autores que, la biología impera, tenían que matar la figura del padre literario. (Abro paréntesis cariñoso y relajante con un acertijo: fíjese el amable lector en los nombres de pila de los varones de JB: Ramón, Nicolás? al tercero iban a cristianarlo como «Francisco»: ¿por qué no se hizo así y en un fortuito arranque de lucidez se lo sustituyó casi a última hora por «Eugenio»? Una pista: juéguese con el título de uno de los capítulos de la novela benetiana En el estado, «Fármaco con olor a vid», que es un anagrama en el que aparece una pregunta o exclamación sobre cierto general).

Cuando muere Benet, 1993, un lector o una lectora de 20 años comienza a tener dificultades para reconocer su maestría pues apenas consigue encontrar sus libros. Además, desde concejales analfabetos hasta escritores en el umbral de su decadencia y acaso celiacos se dedican con encono a cargarse la memoria de Benet: no fue tanto, no hay quien lo lea, era un impertinente soberbio y un soberbio impertinente, hay que ver lo que dijo sobre Solzhenitsyn (yo también sigo pensando que hay que ver la burrada que dijo sobre los campos de concentración de Stalin y su necesidad de que estuviesen mejor vigilados para que no pudiera de ellos escaparse el escritor ruso), etc. Con lo cual, a ese hipotético lector se le priva de Volverás a Región, de los divertidísimos Cuentos, de sus apabullantes ensayos, de las joyas que son sus Fábulas, de su teatro, de sus obras ligeras como El aire de un crimen, también de sus obras de tonelaje extremo tal que Saúl ante Samuel. Ese lector o esa lectora van a cumplir ahora 40 años y cuentan, en la edad en que se degusta a Benet en su sazón, con todos esos libros a su alcance, gracias al trabajo de los herederos de JB. Y el lector que ahora cuente con 20 años y, quién sabe el porqué, se incline por la literatura y desee un maestro español a quien seguir en su humor, en su escritura rigurosa, en su severidad ante el oficio literario, en su gran estilo, en su rechazo al casticismo costumbrista también lo encuentra. ¿O a quiénes vamos a leer de aquel entonces, a reivindicar hoy? ¿A Camilo José Cela, por favor, o a alguien que se había empapado de Faulkner, de Conrad, de Proust, de todos clásicos, capaz de levantar una teoría literaria férrea y avanzadísima para luego ejemplificarla en sus obras? Regresa Juan Benet, vuelve la literatura mayúscula.