Son muchos los horizontes por donde todo el que quiera sentirse asturiano ensancha cada día con su persona los límites de Asturias. Carlos X. Ardavín Trabanco, nacido en Nueva York, hijo de cubano y española, ambos de origen asturiano, criado y pacido entre Santo Domingo y Miami y radicado hoy en Tejas, donde es profesor universitario, es nuestro paisano universal.

La literatura asturiana está terminando de conocerlo aún gracias al impulso de coordinar el libro Poetas asturianos para el siglo XXI (2009). Caso inédito, allí cupieron en pie de igualdad cuantas lenguas, corrientes, capillas y chigres poéticos podamos pensar hoy entre nosotros, con tal ausencia de prejuicio que sólo podía nacer del desconocimiento, o de la sabiduría de quien prefería no saber demasiado. Tuvo que ser un asturiano de fuera quien sorteara el campo minado de nuestra creación poética para devolvernos el primer gran retrato de la familia completa. Sobre todo, porque está hecho a base de autorretratos libres. Que después esto abocara o no al sinsentido de una panorámica caótica depende del mesurado prólogo de Ardavín y del criterio del lector.

Si se trata de conocer más a este primo lejano, de una laboriosidad y esmero que queremos reconocer muy de aquí, es obligado mencionar sus ensayos sobre la literatura española de la Transición, la obra de Francisco Umbral o las relaciones culturales de España y Estados Unidos. Tampoco son calas menores sus muchos estudios de la literatura hispanoamericana y antillana, ni su faceta de creador. En ésta, de lo que conozco, me interesa más su última poesía, que abandona el regusto modernista de la anterior para indagar en formas puras y libres, como la serie «Diario de una ausencia», dedicada a su madre, en el poemario Breviario de la melancolía (2010).

Tan parte de sus ensayos como de su literatura son las colaboraciones en prensa: columnas, diarios, semblanzas y azorinianas estampas. Así estas Glosas del escribano, donde ahora recoge textos aparecidos en periódicos de Estados Unidos y el Caribe. Encontramos la bitácora de una pasión meditabunda, como titulaba otro de sus libros. Son diarios íntimos, cuadros citadinos (Santo Domingo, Madrid, Gijón, Salamanca, Miami, Amherst) o semblanzas, desde Neruda y Luis Rosales a olvidados como el ultraísta asturiano Alexis Villamayor. Quizá su pacto autobiográfico no estribe aquí sino en la metamorfosis como personaje literario, en el que encontrarnos de lleno con el autor (su celebración, que se sabe arrogante, de los misterios de la literatura, torre de marfil, celda de papel) y donde otras veces nos cuesta reconocerlo: la procacidad de la mirada, el reniego de la fe. Sin duda este libro, publicado por la latino-estadounidense MediaIsla, no será fácil de encontrar por aquí, pero, como nos sucede con el autor, la distancia se recorre sin miedo cuando sólo es física.