Rusia en la hipnótica lucidez de un gran maestro

Hay diferentes maneras de aproximarse a la médula de una formación social, la rusa de ahora mismísimo por ejemplo. Las más aburridas suelen ser las académicas, a menudo un fárrago de romas simplezas envueltas en jergas autorreferenciales. Los reportajes -no dejen de leer a la asesinada Anna Politkovskaya cada vez que quieran saber qué se oculta detrás de la fría máscara de Putin- representan un acercamiento mucho más notable al asunto. Y la cumbre, claro, son las grandes narraciones, aunque, por desgracia, muchos temas no han generado ninguna.

No es el caso, afortunadamente, de la Rusia de nuestros días, como podrá comprobar el acertado lector que se acerque a esta colección de cuatro relatos donde Makanin (1937) se pasea por Chechenia, el recuerdo del Gulag, la envidia de los mediocres o la lubricidad de los arribistas con la hipnótica lucidez de un gran maestro.

Vitriolo para desnudar las ruindades de las almas

Hubo un momento en la vida del hasta entonces incombustible Mark Twain (1835-1910) en el que su proverbial sentido del humor se convirtió en misantrópico destilado de vitriolo. El propio Twain fue consciente de esta mutación, hasta el punto de ordenar que se dejase para después de su muerte la publicación de las obras «malditas» que en adelante salieran de su pluma.

El forastero misterioso es la quintaesencia del lado oscuro de Twain y, en consecuencia, no vio la luz hasta 1916, seis años después de la muerte del autor de Un yanqui en la corte del rey Arturo. Ambientada en Austria a finales del siglo XVI, la novela está protagonizada por un tal Satán, cuyas acciones se dirigen todas a mostrar la perversa condición de los seres humanos. Su publicación, enriquecida con las magníficas ilustraciones al óleo que se recogen en esta edición, fue todo un éxito. Muy merecido.

Los puñetazos más duros de un gigante de las letras

Parece simplemente mentira que 40 años de vida hayan permitido a Jack London (1876-1916) escribir material para alimentar 50 libros y, de paso, convertirse en piedra miliar de la narrativa estadounidense y, de paso, consagrarse como uno de los mejores cuentistas de la historia.

Leí «Un bistec» a los once años y lo releí anteayer, cuatro décadas más tarde, para alucinar con el modo en el que London había grabado en mi memoria el agónico combate de Tom King, el boxeador cuarentón incapaz de tumbar a una mediocre estrella ascendente porque, a la hora de la verdad, sus bíceps carecieron de la dinamita que les habría proporcionado un bistec. «El mexicano» y la novela corta «El combate» completan este volumen impagable en el que los puños compiten con la magistral dureza de las ilustraciones del argentino Breccia. En serio, no se lo pierdan.

Psicopatología cotidiana en los márgenes magiares

La editorial canaria Baile del Sol, que en 2011 se apuntó el notable tanto de traducir al castellano Stoner, el novelazo de John Williams, tiene el olfato muy desarrollado para abrir nuevas vías. El húngaro János Háy (1960) es poeta, cuentista, novelista y dramaturgo bien conocido y apreciado en su país y en tierras alemanas, italianas o polacas. Pero hasta ahora sus originales aproximaciones al acontecer de la sociedad magiar permanecían ocultas al lector español. Ya no.

El niño, una incursión directa e hiriente en la psicopatología cotidiana de la periferia social, toma como estandarte a un hombre de edad mediana plantado en una de las muchas encrucijadas vitales que ofrece la polémica Hungría actual. Sin concesiones al descriptivismo folclórico, aquilatando la palabra como si fuera de oro, Háy alza un sólido edificio que el lector se verá obligado a recorrer de sótano a ático.