Es ésta una novela de una frescura y espontaneidad que parecen aliviar el peso de cierta tendencia última a la novela extensa y descriptiva no por exigencias de la historia o personajes o investigación incluso sino por una especie de escritura por defecto, podríamos decir, o de extraña fidelidad a un género que para ciertas personas ha de permanecer anclado en unas normas quizá caducas para el ritmo de vida y lectura actuales. Una novela se caracteriza por una buena historia y un eficaz desarrollo de ésta, no por una extensión determinada o un uso de la descripción exagerado e innecesario.

Barbara Constantine nos ofrece un excepcional relato, original, en apariencia ligero y leve, pero cuya profundidad descubrimos más tarde, una historia de las que alcanzan al lector de un modo especial, una autora, por tanto, que sabe establecer esa complicidad íntima, de atravesar fronteras y que lector y personajes se fundan en un mismo espacio y momento.

Tom, es un niño de once años, vive con su madre en una caravana, una madre extremadamente joven y cuyo rol maternal le pesa aún demasiado. Tom se convierte en «el hombrecito Tom», cuya experiencia personal -y cotidiana- le convierten en un adulto de firmes convicciones, de bondad y generosidad extremas, y de cuyo comportamiento podemos extraer unas lecciones muy valiosas para nuestra propia vida, prejuicios y divagaciones sin sentido sobre nuestra existencia. Tom, actúa, no se detiene en el llanto innecesario, toma decisiones, vive, disfruta de cada momento como si fuera el último.

El pequeño Tom realiza su compra diaria en el huerto de sus vecinos y es así como conoce a Madeleine, un encuentro que dotará a ambos del punto de apoyo o bastón necesario para empujar sus vidas hacia delante. Tom encuentra en Madeleine una compañera de viaje perfecta: «Tom se sienta fuera, en los escalones de la entrada. Le hace gracia escuchar a la anciana cantar. Como una cacerola resquebrajada». Tom utiliza la carretilla para mover a Madeleine y mostrarle los frutos de su trabajo en su nuevo huerto, sus primeros tomates, y su primer invento, la salsa de «TomTomate».

Un pequeño hombre que nos muestra la magia de esos pequeños momentos que dejamos pasar desapercibidos, costumbre que tomamos por regla cuando nos hacemos adultos. Cómo sobrevivir en una situación que bien podría derribarnos emocionalmente, y además sacar partido.

Barbara Constantine nos sorprende con una nueva manera de contar, narrar, dirigirse al lector, de un modo seguro y cercano, novedoso, desde la voz de un niño e incluso desde la «voz» o perspectiva de un perro o un gato que también nos ofrecen su visión en sus correspondientes capítulos. En definitiva, la sensación de que alguien ha abierto una ventana y una brisa fresca nos acaricia el rostro. Altamente recomendable su lectura en cualquier circunstancia.