La primera audición del nuevo trabajo discográfico de la formación asturiana Forma Antiqva deja al oyente perplejo. Me explico: es tal el caudal creativo, el despliegue de energía que uno no puede menos que acudir, de inmediato, a una segunda escucha para tratar de asimilar las nuevas ideas que se despliegan sobre una obra mil y un veces grabada y a la que parece difícil aportar nuevas cosas. Y que, sin embargo, aquí llegan con el ímpetu de un torrente.

Indudablemente, «Forma Antiqva» ha conseguido con este proyecto editado por la siempre en vanguardia discográfica Winter&Winter marcar un punto de inflexión en una trayectoria discográfica que ya de por sí era muy relevante. Estas Cuatro estaciones de Antonio Vivaldi suponen un punto de partida, un salto, como años atrás también lo fueron para una agrupación emblemática como Il Giardino Armonico.

Cuentan estas estaciones vivaldianas con un solista deslumbrante, el también asturiano Aitor Hevia -miembro del Cuarteto Quiroga- y uno de nuestros mejores intérpretes. La versión de Hevia es arrolladora y no tengo la menor duda de que es una de las mejores que podemos escuchar en nuestros días. No es ya sólo una cuestión de enfoque, es también la capacidad de transmitir la obra, junto al grupo, con una veracidad y un riesgo al que estamos desacostumbrados. Hevia rompe las barreras de la especialización, hoy tan en boga, y demuestra que se puede estar al nivel más alto tanto en el barroco como en la música contemporánea. Lo que hace falta es talento y capacidad musical, algo que él atesora a manos llenas. La interpretación de Hevia es muy rica desde ópticas muy diferentes: en el detalle, en la ornamentación de la obra, en su capacidad para iluminar cada pasaje de manera resplandeciente. Una delicia.

Sorprende cómo «Forma Antiqva», bajo el liderazgo de Aarón Zapico, ha sabido aprovechar la veta descriptiva de Las cuatro estaciones, su vigor naturalista y anímico, en el que cada estación va mutando el color de la instrumentación, en un discurso musical que tiene también mucha carga teatral. En esa cuestión radica la grandeza de este trabajo, en su alta capacidad para transmitir la música con una garra expresiva que se inserta en un hilo conductor coherente en el que el intérprete es también eje de la acción musical, no un mero transcriptor. Y este concepto no puede ser más barroco ni, por tanto, fiel al original espíritu de Vivaldi. Si algo deja claro este disco es el horizonte que abre para «Forma Antiqva» en cuanto a una evolución que viene siendo especialmente fértil en continuos saltos cualitativos. El disco, además, tiene otro acierto, a mi entender, mayúsculo. Cada una de las estaciones va precedida por los sonetos -traducidos al inglés- que se supone que inspiraron a Vivaldi para escribir la obra. A ellos les pone voz Theo Blecmann, y Uri Caine se encarga del piano e instrumentos electrónicos. Son cuatro obras estilísticamente muy diversas y de gran sugerencia estética en su variedad, con toques jazzísticos, pop e incluso electrónicos. Incrustadas entre la obra de Vivaldi, al inicio de cada estación son un frontispicio sonoro que atrapa. Con este disco, en fin, «Forma Antiqva» se corona, comienza a transitar por otros territorios y deja bien claro que sus ambiciones artísticas ya discurren por ámbitos al alcance de la élite musical.