La primera percepción pública de Mick Jagger como un «fuera de la ley» llegó en marzo de 1965, una tarde-noche después de un concierto en una sala de cine. Los Stones se habían detenido en una gasolinera, en las afueras de Londres, para que el bajista, Bill Wyman, pudiese utilizar el retrete. El propietario, que al parecer sentía desprecio por los melenudos, le negó la entrada. Supuestamente la respuesta de Jagger fue: «Meamos donde nos da la gana, tío». Y seguidamente acompañó a Wyman para que lo hiciese en la pared de la parte de atrás del establecimiento. No sólo él sacó la manguera, también lo hizo Brian Jones, que, según algunas versiones, fue realmente quien pronunció la frase atribuida a Mick.

El caso es que regaron por todas partes antes de subirse al Daimler y continuar con el viaje saludando victoriosos desde las ventanas, como cuenta Marc Spitz en Jagger: rebel, rock star, rambler, rogue, la biografía sobre el mítico cantante de los Rolling Stones que acaba de publicar Alba en español.

Debido al incidente, que tuvo amplia cobertura en la prensa, los Stones fueron arrestados. «Meamos donde nos da la gana, tío» llegó a convertirse en un canto a la rebeldía en el Reino Unido. Andrew Loog Oldham, el manager que los moldeó, contribuyó eficazmente a la imagen de chicos malos del grupo con aquello tan repetido de «¿Dejarías a tu hermana salir con un Rolling Stone?», que empezó siendo un titular del inolvidable Melody Maker y acabó convirtiéndose en una especie de eslogan.

Sin embargo, cuando Jagger y Richards fueron arrestados por drogas en 1967, en Redlands, la dureza de Mick quedó en evidencia. Mientras Keith intercambiaba opiniones y les lanzaba cigarrillos a los presos de la cárcel de Wormwood Scrubs, Mick, por el contrario, se echaba a llorar tan pronto veía a su novia, Marianne Faithfull, que se acercaba a la prisión victoriana donde estaba encerrado para visitarlo y llevarle algunas cosas.

Pero por mucho que Jagger fuese para algunos más farsante que proscrito, su talento inherente y la sensualidad que despertaba fueron suficientes para superar incluso al burgués más convencional que anidaba en él. A Su Majestad Brenda, o simplemente a «la zorra», que era como le llamaba su traviesa alma gemela, Richards. Incluso para trascender también de aquel tipo egoísta que permitió hundirse a Brian Jones tras los incidentes que mantuvo no exactamente con él, sino con Keith, a causa de Anita Pallenberg. Jones, fundador del grupo, una persona de una sensibilidad tan especial como compleja, y de delicada salud a causa del consumo excesivo de drogas y del asma, fue despedido no mucho tiempo antes de que lo hallaran muerto flotando en su piscina. Aun siendo lo grandes que son, no se puede decir que los Stones volviesen a ser lo mismo después de 1969.

El sexo juega un papel primordial en el éxito de Jagger. El filme de Kubrick La naranja mecánica incluye una de las escenas más brutales de violación jamás filmadas, en la que Alex, el personaje que interpreta Malcolm McDowell, asalta a una mujer y obliga a su marido a contemplarlo mientras resuena Cantando bajo la lluvia. Más de uno quiso ver en la surrealista e inquietante secuencia a Mick Jagger, en vez de a McDowell. Dado el voltaje, el propio Oldham buscó hacerse con los derechos de la novela de Anthony Burguess para la banda.

Jagger ha sido conocido como uno de los grandes músicos hedonistas y mujeriegos de la historia del rock. Le birló a Jerry Hall a Bryan Ferry ante sus propias narices. Empujó a su alma gemela, Keith Richards, a consumir más heroína de la cuenta al coquetear con Anita Pallenberg, e incluso se escabulló de una fiesta con Mackenzie Phillips, de 18 años, tras mandar a su padre, Papa John, a por mayonesa.

Marc Spitz, estupendo articulista y conocido escritor de cultura pop, se las ha ingeniado para hacer un libro ágil de instantáneas calientes sobre una de las grandes estrellas del rock. Jagger no se plantea, como ha ocurrido en otras biografías, exclusivamente desde el pulso entre Mick Jagger y Keith Richards, aunque la relación amor-odio de estos dos personajes sea casi tan antigua como el rock and roll y se remonte sus raíces infantiles en el suburbio de clase media londinense de Dartford. Allí los dos vivieron, literal y figuradamente, a ambos lados de las vías, producto de circunstancias sociales y familiares diferentes.

En Jagger, el autor no toma partido a favor de Mick; tampoco es un libro anti-Keith. Por el contrario, ofrece una visión concebida para buscar algo de equilibrio en la pareja y ver, al mismo tiempo, la vida de la estrella desde una nueva perspectiva. «Un error de apreciación que se comete es que Keith es el corazón de la banda y Mick es el cerebro. A veces eso es cierto y otras no lo es», ha dicho Spitz. «El hecho es que los Stones han necesitado tanto a Mick como a Keith».

Uno de los recursos que utiliza Spitz en esta entretenida biografía publicada por Alba es el de utilizar una fuente como hilo conductor de los capítulos. Lo hace con la cantante Carly Simon, con Marshall Chess y con el escritor activista Tariq Ali, al que sitúa como testigo de las inquietudes políticas o revolucionarias del líder de los Rolling Stones, desde el radicalismo de salón heredado de finales de los sesenta hasta sus simpatías thatcheristas. Desde aquello de «la propiedad privada no debería existir» hasta lo otro de «mejor hacer las paces con el sistema». «Nunca fue anarquista», dice Ali, «en todo caso, era socialista. ¿Se puede ser multimillonario y socialista?», agrega entre risas. «Intelectualmente sí».

A sus 68 años, Mick Jagger aún se contonea en un escenario. Lo que realmente ha sido o significado está en la voluntad resuelta de no dejarlo envejecer de quienes lo queremos.