Podríamos pensar que en estos tiempos de intereses superficiales y dispersos, donde el vértigo de la sucesión de acontecimientos da poca ocasión para la reflexión creativa, ya no hay artistas que dediquen su afán a sondear los misterios de la técnica de creación plástica, dentro de esa revolución permanente que el arte visual entraña, como sucedía en la llamada época heroica del arte moderno cuando, frente al salón de los rechazados, los artistas «aparecían con libros bajo el brazo», como Féneon se refería a los escritos teóricos que provocaban la aparición de nuevas tendencias, como la de los cubistas a los que Klee llamada «los filósofos de la forma». Aunque también puede suceder que la renovación artística adquiere otras formas hoy, más ligadas al desarrollo de las nuevas tecnologías como estimuladoras de la creación artística.

Viene eso a cuento por la propuesta del «proyecto artístico experimental» que Francisco Fresno presentó hace unos días en la galería Gema Llamazares de Gijón, un artista éste que sí aparece a menudo «con libros bajo el brazo», si con eso nos referimos a una larga trayectoria rica en propuestas conceptuales y manifestaciones plásticas fruto de una investigación permanente. Fresno se ha expresado en toda clase de disciplinas y tendencias, con aportaciones que a menudo han tenido la capacidad de sorprendernos. Desde la versión del expresionismo abstracto con papeles recortados a los análisis sobre la luz y el color en las esculturas de madera lacada y homenaje a Seurat, los puntos cromáticos creados por ordenador, sea como abstracción digital o apoyo figurativo, la abstracción geométrica o la orgánica con la escultura en hierro o, en fin, la poética vegetal de lo frágil, como vánitas o puro romanticismo de este jardinero ensimismado en un metro de naturaleza.

El caso es que este artista presentó una exposición con un solo cuadro o los medios de comunicación como «propuesta de proyecto artístico experimental» que divide en dos partes. La primera de ellas, «concepto espacial y perceptivo derivado de una reflexión sobre la pintura», es la que está ejemplificada en el cuadro expuesto, y a ella dedicaremos este comentario, aunque también adelantó la segunda parte, «Entre tanto», que según parece necesitaría el apoyo de un mecenazgo.

El cuadro en cuestión, Paisaje en cuatro tiempos, es una pintura con la que Fresno ilustra el proceso que le ha llevado a desarrollar un nuevo concepto de la construcción de la imagen pictórica, un experimento, una especie de «cuadro probeta», silencioso, enigmático y plural, con la extraña condición de representar una naturaleza real y, al mismo tiempo, irreal. El artista obtiene una imagen fotográfica de un paisaje frondoso y luego, tras adelantarse un poco caminando, toma una segunda fotografía sobre el mismo encuadre y con otra distancia, y una tercera y una cuarta. De la fusión de esas cuatro fotografías, en tratamiento por ordenador, saldrá el motivo o modelo que el pintor pinta al óleo, con técnica en momentos puntillista y con densidad de textura. Esa multivisión, laberinto de formas, intrincada red de toques, supone una especie de nuevo expresionismo, procesual y performativo, que incorpora diferentes espacios y tiempos.

Este «concepto espacial y perceptivo» remite inevitablemente al de Lucio Fontana y su corte o apuñalamiento del lienzo. En su caso con un gesto, aquí con un proceso, en ambos se busca un nuevo espacio, uno, el que está «detrás» del cuadro, de lo real, y el otro, el que está o «circula» entre la realidad de las cuatro visiones del paisaje y sus diferencias espaciotemporales. Puede verse como una dimensión nueva de lenguaje plástico en la representación del paisaje, una nueva «espacialidad» que el espectador debe sentir, además de mirar, y de hecho el cuadro produce extrañas sensaciones, poco habituales y un raro efecto envolvente. El tiempo dirá adónde nos conduce esto.