Parece que la práctica de instalar hasta tres exposiciones al mismo tiempo se ha vuelto habitual en la joven galería Texu, algo que teniendo en principio su mérito puede resultar a la larga no del todo recomendable. Por una parte, es obvio que no siempre se pueden conseguir muestras de buen nivel y, por otra, la heterogeneidad de las propuestas puede distorsionar la línea artística, cuya coherencia las galerías suelen considerar un valor positivo; pero, sobre todo, porque teniendo Texu dos aceptables salas para exposición, la tercera de las muestras que programa se tiene que apañar con un reducidísimo rincón junto a la entrada en penosa precariedad.

Sucede que en este último «reducto heroico» planta su tinglado «sensorama» le llama, Sofía Santaclara (Oviedo, 1970), artista que asegura haber sido siempre fotógrafa pero que muestra, en lo que puede, talento como instalacionista. El título, poco afortunado, «Taxidermia para principiantes», se refiere al amontonamiento en un recinto de cuerpos desbaratados de muñecas y muñecos, sin pelo, perdidos algunos o todos sus miembros, hacinados en confusión. La muñeca rota, como el payaso, suelen ser tópicos de lo siniestro bastante frecuentados, pero en este caso hay interesantes matices que lo apartan de él. Sobre todo, la original aportación de las cerradas bolsas de plástico, como de plasma, en las que flotan primeros planos fotográficos de rostros de muñecos, sumergidos en lo que produce impresiones de líquido amniótico, porque todo denota connotaciones de lo letal, aunque están sumergidos en agua del río Aller, donde los orígenes de la artista. Por otra parte, ésta declara como motivación de su obra «viajar a experiencias infantiles», pero «para permitirme un brutal estallido de cólera a través de un ritual macabro y herético», como resumen su furia destrozadora y desolladora de muñecas, aderezado por el inevitable vídeo performativo ritual. Sin embargo, tan violento y cruel propósito queda desmentido por las sensaciones de placidez que, aún desde la confusa mezcla de sus quebrantados cuerpos, transmiten las expresiones de los muñecos, que no parecen haber sido víctimas de un estallido de cólera sino reunidas como un recuerdo del pasado y a partir de un sentimiento de ternura, de melancólica nostalgia. Es lo que tiene el arte, no siempre dice lo que uno quiere decir. En todo caso, no sería malo ver instalaciones de Sofía Santaclara en mejores condiciones.

Luego podemos pasar a disfrutar del silencio de los sensibles dibujos de Isabel Cuadrado (Oviedo, 1965, una vez más, de la precisión y el equilibrio de la obra de esta artista, siempre de gran sutilidad tanto en los conceptos como en los materiales y los planteamientos plásticos. Presenta una serie muy hermosa, tanto como austera y compleja y quizá también precisamente por ello, en torno a las variaciones sobre una regla para trazar curvas irregulares o curvífago, y luego una propuesta exquisitamente mínima, la de las cuadrículas que se prolongan en la pared. Una artista Isabel Cuadrado que, como Agnes Martin, puede ser emparentada con las tradiciones del «patterning-decoration», y también relacionada con los movimientos minimalistas y conceptuales, pero con un ingenio y capacidad inventiva que supone un feliz desacuerdo con la severidad de esas tendencias.

La tercera de las salas está destinada a las «chronophotovideographies» de Florence Babin, vídeos con diferentes técnicas y planteamientos conceptuales, incluyendo proyecciones sobre y a través de varias pantallas de tul, coreografía muy aparente en la oscuridad del espacio, y una serie de fotografías que la artista considera como un banco de imágenes para posibles nuevos trabajos de vídeo, algo así como localización de exteriores en el cine. Todo lo explica en un texto de apretadísima tipografía y fatigosa exposición que está a disposición del espectador.