Cualquier padre sabe que no existe contradicción entre las siguientes proposiciones: «Si tuviera la ocasión, a) Abbott no cambiaría ni uno de los elementos fundamentales de su vida, pero b) Abbott no soporta su vida». Alter ego de Chris Bachelder, autor de tan memorable razonamiento, Abbott es padre de una niña de dos años y está a punto de tener un segundo bebé. Durante el verano que precede a ese nacimiento, Abbott nos traslada, con belleza, sinceridad y hondura, el misterio, la maravilla y el regocijo de ser padre. Pero también el hartazgo, las miserias y el spleen que la paternidad genera. Ambas caras de la moneda están reflejadas con singular emoción y honestidad. Porque si, citando a Keats, «nada más elegante que vivir en la paradoja sin embarcarse en una búsqueda irritada», no es menos obvio que, expresado a la manera de Abbott, «un hijo es un caballo de Troya, un ardid».

Cabe en este libro todo el complejo arco de emociones que los vínculos de sangre regalan: desde el asco hasta el éxtasis, pasando por la nostalgia, el terror o la epifanía. Bachelder indaga también en las consecuencias no siempre benignas de la paternidad. Fundamentalmente, dos: la pérdida de una vida propia en beneficio de un millón de nuevas y a menudo tediosas obligaciones, y la labor de demolición que los hijos generan en el seno de la pareja. Es aquí donde el libro resulta inmisericorde, pues su retrato de este matrimonio a punto de convertirse en padres por segunda vez, arroja más luz que cualquier tratado sociológico sobre un hecho en apariencia contradictorio. Esto es: que la paternidad, a menudo, significa una catástrofe para el amor.

Bachelder ha escrito un libro delicioso y al tiempo tóxico, pues es imposible no sentirse aludido por él, para lo bueno y para lo malo. Capítulos como el que dedica a los miedos que una siesta desacostumbradamente larga genera en un progenitor, merecen por derecho propio inscribirse entre las mejores páginas que se han escrito acerca de los fantasmas (y la estupidez) que acosan a todo padre. Otros, como el de la visita del hombre que arregla la nevera del protagonista, mientras con la perspectiva de quien ha sido padre hace ya veinte años relata lo que la vida de Abbott esconde, son de una deslumbrante maestría.

No sé si hace falta haber sido padre para disfrutar el libro como merece. Pienso que quienes no son padres leerán ciertas páginas con una sonrisa escéptica. Quien esto escribe, que como Abbott ha vivido dos veces la esquizofrénica experiencia de a) no querer cambiarse por nadie en el mundo y, al tiempo, b) desear habitar un planeta donde no existan los hijos, puede dar fe de que todo lo que se cuenta en el libro es la verdad, la pura verdad y nada más que la verdad. La verdad exquisita y abominable de tener descendencia y saber que, quien hace de tu vida una experiencia única, es también la carcoma que te devora sin remedio.