Para Lev Tolstói la crítica era el género en el que los tontos se ocupan de los inteligentes. Esto nos dice Eduardo San José en Salvo meliori, su reciente recopilación de críticas literarias publicadas en este suplemento. La frase es tan ingeniosa como abusiva y tópica, y seguramente por eso tiene algo de verdad. Los críticos abundan casi tanto como los novelistas, y el público, si es que tienen público más allá de los autores de los libros de los que se ocupan, se olvida de ellos con tanta rapidez como puede hacerlo de los dramaturgos o los poetas. Todo pasa y poco queda, porque lo nuestro es pasar, pero ahí están Clarín, en su vertiente de crítico afilado y punzante, o la malvada ironía de Palacio Valdés en las Semblanzas literarias, o, si se quiere ir hacia terrenos más lejanos y puros, Edmund Wilson, George Steiner o Harold Bloom para demostrar que lo que decía Tolstói no está del todo acertado, porque la crítica no es, o al menos no es solamente, una leyenda contada por un idiota, llena de ruidosos babeos o de latigazos furiosos y sin ningún significado. Y no lo será mientras existan auténticos críticos.

Robert Saladrigas (1940) lleva leyendo toda su vida y comentando libros buena parte de ella. Lo hace semanalmente en el suplemento "Culturas" del periódico La Vanguardia, en el que estampa su firma desde hace más de tres décadas. Es un crítico de los que te cuentan lo que leen con pasión y cercanía, describiendo y reflexionando: "No consigo hacerme a la idea de que sea factible (ni recomendable) escribir sobre el arte de narrar desde la frialdad y sin el aporte del gusto literario, con la retórica envarada e indigerible del investigador de laboratorio dispuesto a llevar el análisis de los textos a sus últimas consecuencias, en ocasiones deconstruyendo lo construido por el talento visionario del creador".

En De un lector que cuenta ha reunido trabajos de los últimos treinta y tantos años, fundamentalmente reseñas estructuradas en torno a autores afines por su procedencia geográfica (centroeuropeos, japoneses, norteamericanos...) o por su cercanía estética (W. G. Sebald, Claudio Magris, Pierre Michon), que junto a diversos prólogos hechos para obras de Ernest Hemingway, William Faulkner, Italo Calvino o el checo Bohumil Hrabal, entre otros, componen un libro ameno, descriptivo y sabio. Leyéndolo, aprenderemos a hacernos unas cuantas preguntas sobre el oficio y, lo que es tanto o más importante, a intentar contestarlas.

"¿Cómo se percibe la irrupción de una nueva tendencia literaria en nuestras opciones de lectura?", se pregunta. Y responde: "Suele surgir como una luciérnaga en la noche. Alguien escribe en alguna parte un libro que no es como la mayoría, que sorprende por el hálito creador que expande, y acto seguido, casi sin darnos cuenta, nos descubrimos identificados con sus propuestas y lo elevamos a la consideración de referente (...). Más tarde, llega otro libro y tal vez alguno más que desbrozan el mismo camino desde perspectivas diversas. Y al final, concluimos reconociendo que los paisajes que nos revelan esos textos no se corresponden con las visiones monocromas y desangeladas a que nos habíamos acostumbrado".