Una de las preguntas más frecuentes que me realizan algunos de los grandes artistas que habitualmente ofrecen conciertos en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo es la de cuál es la razón de la actitud tan respetuosa que observan en el público y del nivel general de todas las programaciones que se desarrollan en la ciudad. Al tratarse de músicos que se mueven en los circuitos de élite saben a la perfección que un público educado y receptivo no se improvisa: todo esto requiere décadas y décadas de trabajo continuo, de compromiso público, de complicidad de un colectivo determinado que se va implicando en los proyectos hasta hacerlos suyos. De ahí que cuando se les explican los pilares sobre los que se asienta la actual situación entiendan el proceso de forma inmediata.

Viene esta reflexión al hilo de los magníficos artículos que este diario publicó el pasado 11 de febrero en recuerdo del músico asturiano Ángel Muñiz Toca, fallecido hace medio siglo en Oviedo y que es una de las personalidades esenciales que contribuyeron a forjar el carácter musical de la ciudad. Su labor fue inmensa en una época durísima y con apenas medios económicos para llevarla a cabo; y el hacer de Muñiz Toca al frente de la orquesta regional, determinante para mantener en Asturias una orquesta que distinguió a la región del erial que eran el resto de territorios españoles en los que la vida sinfónica quedó enterrada durante décadas -en algunos, para sonrojo de todos, poco ha cambiado-. Quiero con ello decir que sin el empuje de Muñiz Toca, sin la incansable labor en la orquesta y en el Conservatorio de Oviedo posiblemente nuestra realidad actual fuese mucho más gris. Muñiz Toca construyó sobre la tradición, la hizo grande y dejó un legado que luego tuvieron que seguir defendiendo sucesivas generaciones. Su contribución se reveló categórica porque, además, estaba hecha desde el conocimiento y la capacitación.

Frente a estos motores de la actividad también existen individuos cenizos, normalmente corroídos por la envidia, que tratan de parar todo, de ver siempre el vaso medio vacío y que están seguros de que cuanto todo vaya a peor, mejor. Este espécimen es también imprescindible en la fauna musical y cultural y tiene, en el nicho ecológico, un gran valor puesto que hace que, en función de que sus ataques y mezquindades sean más furibundos se calibra mejor el acierto en el camino a seguir. Muñiz Toca también convivió con este perfil de córvidos culturales pero no por ello se amilanó. Todo lo contrario. Es un ejemplo el suyo de trabajo bien hecho en la adversidad, de claridad en la búsqueda de unas metas determinadas. Por todo ello conviene recordar el mérito de lo que artistas como él realizaron en el pasado. La actividad musical es un ecosistema frágil, que requiere siempre de atención especial puesto que lo más fácil es que todo lo hecho se derrumbe en poco tiempo de no existir la atención debida. Es la continuidad lo que da un mayor soporte y asegura el porvenir de la misma. Muñiz Toca fue en Oviedo un eslabón clave de esa cadena. Creo que estaría satisfecho si hoy viera la actividad musical de conjunto de la ciudad. Se asombraría de su crecimiento pero, estoy seguro, lo vería como parte de un trabajo en continuo progreso que nunca se termina. Sirvan estas líneas de homenaje y recuerdo a un músico que no conviene olvidar y que puede y debe ser una referencia para el sector.