La adolescencia tiene a menudo la curiosa propiedad de ser vivida como un torbellino ingobernable y luego, años después, recordarse apenas como una nebulosa de contornos imprecisos desde la que aún nos llegan cantos de sirena envueltos en rugidos de huracán. No es de extrañar, pues, que sean numerosos los narradores que la emplean como instrumento de ajuste de cuentas -con su propio presente, en realidad- o como territorio de ensueño donde todo, claro, fue mejor. De nuevo un ajuste de cuentas con el presente. Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961), faro de devoradores de letras pata negra, no cae en ninguna de las dos trampas. Los nueve relatos que alimentan Las inglesas destacan, bien al contrario, por la sutil capacidad que despliega el autor para capturar la metamorfosis adolescente y, aislándola de la mayoría de sus contingencias, recrearla en sus oros y en sus pozas. Sumen a esto la pasmosa habilidad de Calcedo para romper los tiempos a su antojo y tendrán un volumen difícil de olvidar.