La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Diálogo puro, sin narración

Cuando Parker, por ejemplo, entra en su íntima zona oscura, no se cansa el narrador de decirnos que entra en su zona oscura: no nos muestra su descenso al infierno del recuerdo. Desde luego, se agradecen los chistes de Louis y Angel, como siempre. Se agradece algún párrafo fulminante (pocos, no nos vengamos arriba), como siempre. Pero no pude quitarme de encima la sensación de que el agotamiento vital de Parker revela que está ficcionalmente agotado, digámoslo así. Ahora bien: queremos tanto a John Connolly?

Lo mismo que a Andrea Camilleri (Sicilia, 1925). ¿Cómo no quererlo con las horas que tan bien nos hizo pasar? Nos presenta en Muerte en mar abierto ocho historias breves de nuestro comisario Montalbano. Tomemos la primera de ellas, "La habitación número dos". Livia y nuestro héroe van de cena, se divierten y, al regresar a casa, presencian el incendio de una hostería. A investigar. Unas cuantas vueltas al asunto, unos pocos sospechosos, Mimí, Fazio y compañía (ya no Cataré, ay) y, traída por los pelos, una solución o una doble solución, si se quiere. Ahora bien: el despoje (permítaseme el palabro) es ya radical. Camilleri prescinde casi por completo de descripción o narración: diálogo puro, como si tanto añorase el autor su pasado como hombre de teatro. Entonces, no podemos (o no pude) por menos que añorar tanta insinuación, tanta gracia, tanto trabajo de entre líneas como fecundaban las obras maestras del gran e irónico anciano Camilleri con aquellos parlamentos interiores llenos de sal. El mismo cuento que da título al conjunto parece una carrera de obstáculos dialogados en busca rápida del culpable. Y no digo que nuestro autor no sepa hacerlo ya de otro modo, no digo que esa no sea su actual vocación de estilo. Quiero decir acaso que Montalbano ya ha dado de sí todo y un poquito más. Tal vez, insisto. Ahora bien: queremos tanto a Camilleri?

Compartir el artículo

stats