Oviedo, José PALACIO

Los dos escaladores que protagonizaron en 1983 la extraordinaria aventura de la apertura invernal de la vía «Sueños de invierno», por la cara oeste del Naranjo de Bulnes, permaneciendo 69 días colgados en una tienda sobre el vacío, logrando un récord mundial que todavía sigue vigente, fueron los murcianos José Luis García Gallego y Miguel Ángel Díez Vives. Ayer, José Luis Gallego, que sigue vinculado al montañismo, recordó para LA NUEVA ESPAÑA las vivencias y anécdotas de aquella gesta. Hoy, es su compañero de escalada, Miguel Ángel Díez Vives, el que rememora aquella experiencia que pasó a la historia del montañismo.

Miguel Ángel Díez Vives, que mañana viernes cumplirá 49 años, tiene vivos en su memoria los recuerdos de una aventura que califica de «excepcional, por lo que significó y por la trascendencia mediática que tuvo».

Miguel Ángel, que es informático y vive en un pueblo de Granada, Güejar Sierra, a 1.100 metros de altitud y 16 kilómetros de la capital, echa la vista atrás y reconoce que «cuando nos planteamos el reto, no esperábamos que fuese tan duro y tan largo».

Tiene claro que «la vía era técnicamente muy difícil, una de las más duras en roca en Europa, y prueba de ello es que después muchos lo intentaron y, si no me falla la memoria, sólo lo consiguió, en invierno, una expedición rusa».

Las dificultades para acometer la aventura fueron muchas, empezando por el tema económico. En ese sentido, Miguel Ángel recuerda que «pedimos ayuda a muchas empresas, entre ellas TVE, y nos cerraron las puertas. No fue fácil llevar el proyecto adelante porque no tuvimos ninguna ayuda económica».

A esos problemas se unieron los meteorológicos, con un clima especialmente adverso. «Tuvimos que soportar temperaturas de 30 grados bajo cero, pero recuerdo que lo más duro fue dos períodos de tormenta muy largos que nos mantuvieron inmovilizados en la tienda durante 12 días. Luego, también nos sorprendió que las fuertes rachas de viento duraban mucho tiempo, incluso 20 horas seguidas. Cómo sería la intensidad que a veces no podíamos comunicarnos entre nosotros, a pesar de estar a un solo metro de distancia en la tienda y teníamos que tocarnos para lograr entendernos».

La acumulación de problemas puso a prueba su fortaleza física y psicológica. «La falta de luz, de víveres... estuvimos más de 20 días sin ningún tipo de iluminación cuando se hacía de noche. Además, al tener que estar con todo el equipo de ropa puesto, localizar cualquier cosa en la tienda, una simple cuchara, se hacia casi una misión imposible. Nos habíamos preparado bien, pero nos superó la realidad que encontramos», admite Miguel Ángel Díez.

La llegada a la cumbre la recuerda como una etapa más de la escalada. «No fue una coronación triunfal; hubo mejores a lo largo de la ascensión. El mal tiempo no nos daba un respiro. Nos avisaron que llegaba una nueva borrasca y salimos de allí a la carrera porque no nos sentíamos muy seguros y todavía nos quedaba la bajada».

La aventura de los dos escaladores murcianos tuvo una amplia resonancia mediática, a pesar de los medios que se empleaban hace 25 años. «No existía nada de lo que hay ahora. Ni teléfonos móviles, ni comunicaciones vía satélite. Teníamos unos walkies que nos habían facilitado amigos de Murcia que eran militares. Gracias a esos aparatos y sobre todo a un radioaficionado de Llanes, Nacho Torre, estuvimos comunicados e incluso podíamos recibir llamadas telefónicas. A partir de ahí, la aventura tuvo un amplio eco, ya que José María García se interesó por la aventura. Lo movió todo y fue un efecto dominó con una gran repercusión».

25 años después de aquella gesta, Miguel Ángel Díez Vives, aunque apartado de manera profesional de la montaña, admite que no puede abandonarla y disfruta con su manera «filosófica» de vivir en ella y de sus paseos con su amigo Félix Gómez de León, un experto montañero que acaba de regresar de una expedición al Himalaya. Y se despide con un «saludo y un abrazo muy fuerte para todos los amigos de Asturias a los que nunca olvidaré».