Si hay algo que molesta y confunde a entrenadores, al público y a los propios compañeros, es hacer de los adornos el revés de la eficacia. Por eso nos alegramos cuando alguien hace de la fantasía verdad. El racinguista Bolado volvió a poner las cosas en su sitio y bajó a la Tierra la pirueta de la rabona con su gol al Espanyol como única solución. Y recuperó lo que en otro momento había enterrado, un día de necesidad, el ex madridista Tote en Huelva o validando los infructuosos esfuerzos de Rivaldo. Y si la rabona es un golpeo indeterminado, la cola de vaca, un regate donde la bota y el balón son un todo, la bicicleta, tan en uso, parece, en sus excesos, un amago frustrado con futuro. Romario, como Bolado, también hizo real y practicó el engaño cuando, de espaldas y con el aliento de Alcorta en el cogote, recibió el balón dentro del área y, haciendo un giro meticuloso sobre sí mismo, echó del juego -y del Nou Camp- al vasco del Madrid para certificar con la parte exterior del mismo pie. Denilson, sin embargo, verdadero autor de la bicicleta, como propuesta más que como solución, reiteraba en exceso los fuegos artificiales ante unos defensas que llegaban a la pasividad antes que al engaño. Bolado definió sin ángulo ni alternativa, y Romario dejó claro que la eficacia está en la seguridad y la confianza. Pero Denilson dejó la duda que herederos, como Robinho, intentan emular y sólo consiguen cuando sus marcadores deciden el lado contrario. Messi, por suerte, alumno de sí mismo y mal imitador, no necesita nada más que un pequeño espacio y un balón para el aviso previo.