En enero de 1961 un adolescente de diecinueve años nacido Robert Zimmerman, refundado Bob Dylan, viajó desde su Minnesota natal hasta Nueva York para visitar a su ídolo, el cantante folk de protesta Woody Guthrie, que vivía en un hospital, casi derrotado por la enfermedad de Huntington. Allí Guthrie le dijo a Dylan que lo esencial de las canciones se encontraba en la letra: las melodías venían más tarde y ya estaban en los blues que cultivaron Robert Johnson, Blind Willie Walter o Charlie Patton en el Misisipi. El Barcelona sigue el consejo de Guthrie: primero letra y después música. Se trata de labrar versos en la cantera que puedan llamarse Xavi, Pujol, Messi o Iniesta y adaptarlos a melodías que otros compusieron (el equipo de Guardiola combina la Holanda de Cruyff, el Inter de HH o el Madrid arcaico de Di Stéfano). De la misma forma que Dylan robó parte de las letras de su LP «Love and theft» a un autor japonés semidesconocido, Junichi Saga, el Barça ficha a jugadores que todavía no han alcanzado su cumbre pero que poseen la potencialidad de hacerlo en el club azulgrana (Ibrahimovic), asimilándolos a sílabas ya escritas. No extraña, por tanto, que haya sido Serrat, un cantautor, quien cantó el himno del Barcelona en la celebración de la Liga 2004-05.

En junio de 1966, transcurrido un mes desde la publicación de «Pet sounds», Brian Wilson se encerró con un horizonte: componer «una sinfonía adolescente a Dios». Se titularía «Smile» («Good vibrations» era el camino a seguir) y partiría de la idea de acoplar letras y temáticas de los «Beach Boys» a melodías «avant-garde». Acosado por problemas con su discográfica, abrumado por el nacimiento de su primera hija y derrotado por el «Sgt. Peppers» de los «Beatles» (escuchaba «A day in the life» cientos de veces a la semana), Wilson aparcó «Smile» y comenzó a sufrir serios problemas mentales. El Real Madrid, como Brian Wilson, prioriza melodía (un equipo grande, con muchas estrellas, especialmente en ataque) a letra (da igual que esa estrella sea Figo, Zidane o Cristiano). Lo primordial es conservar esa aura monumental, sinfónica, que envuelve a un club que resume (tarea monumental y sinfónica) la historia del fútbol. No extraña, por tanto, que haya sido Placido Domingo, un tenor, quien cantó el himno del Real Madrid en la celebración del centenario y tampoco extraña que Brian Wilson no completase «Smile» hasta 2003.