Oviedo, J. M. M.

La paternidad parece haberle dado nuevas fuerzas y un gran Roger Federer lograba su cuarto título en el Abierto de Australia, y su primer Grand Slam como padre, al superar en tres mangas al británico Andy Murray por 6-3, 6-4 y 7-6 (13-11).

En la entrega de trofeos hubo tiempo para recordar lo ocurrido el pasado año, cuando Federer lloraba desconsolado tras haber caído en la final ante Rafa Nadal. Ayer las lágrimas fueron las de Andy Murray. «Puedo llorar como Roger, pero es una pena que no pueda jugar como él», comentó el escocés.

Federer aparecerá hoy como destacadísimo líder en el ranking de la ATP, con más de 2.000 puntos de ventaja sobre el serbio Novak Djokovic -número dos del mundo por primera vez en su carrera-, Andy Murray y Rafa Nadal, que cae a la cuarta plaza, su peor clasificación desde mayo de 2005.

El suizo logró el decimosexto «grande» de su carrera al imponerse a Murray en una magistral exhibición de juego, resolviendo en el tercer parcial después de ir abajo 2-5, salvando luego cinco bolas de set en el desempate y apuntillando a la tercera bola de partido en dos horas y 41 minutos tras un error del de Dunblane.

Para Murray era su segunda final del Slam y, como en la primera, el Abierto de EE UU de 2008, también ante Federer, no fue capaz de ganar un set. Falto de servicio, quejándose de problemas en el pie derecho y en la espalda, escaso de imaginación y con pocos recursos para variar el ritmo de juego, el escocés desperdició de nuevo una ocasión para convertirse en el gran héroe nacional que su país espera.

Murray lo tenía todo para ganar. Había llegado a la final fresco tras ceder únicamente un set (ante Cilic en semifinales) en seis partidos anteriores; había ganado en cuartos al defensor del título, el español Rafael Nadal; había gozado de un día más de descanso que Federer para afrontar el último paso que le quedaba, y sabía cómo ganar al suizo, al que ha derrotado antes en seis ocasiones. Pero Federer sumió de nuevo al tenis británico en el ostracismo. Fred Perry fue el último ganador de un «grande», el Abierto de Estados Unidos de 1936, y desde entonces el largo desierto se sigue extendiendo.

El revés variado de Federer, unas veces alto, otras cortado, impidió a Murray poder golpear desde «dentro» de la pista. Y cuando lo tenía lejos, dejada. Luego, el gran saque del número uno -once directos- contribuyó a que su martirio fuera sin tregua.

Pese a todo, Murray tuvo la gran oportunidad cuando dispuso de tres puntos de rotura en el quinto juego del primer set. Fue uno de los momentos clave. Y desde la grada se escuchó entonces: «¡Vamos Federer, que he apostado mi dinero por ti!». Bien hecho. Dos «aces» seguidos del suizo conjuraron el peligro y el escocés notó que su momento había pasado. Cedió luego el segundo set y tuvo que esperar al sexto juego del tercero para, en un despiste de Roger, robarle su saque y poner sal al partido.

Con 2-5 todo parecía a favor de Murray en la tercera manga, pero el escocés desperdició esa gran oportunidad. Retrocedió en lugar de mantener la presión sobre el suizo y Federer forzó el desempate tras recuperar el saque en el noveno juego. Luego, el escocés cedió cinco puntos de set para entregar la final en la tercera bola de partido.